jueves, 30 de noviembre de 2006

miércoles, 22 de noviembre de 2006

El factor Phelps: ¿la única política económica posible?

Joseph E. Stiglitz
El 10 de diciembre, Edmund Phelps, mi colega en la Universidad de Columbia, ha recibido el Premio Nobel de Economía de 2006, lo merecía desde hace mucho tiempo. Si bien el Comité del Premio Nobel citó sus contribuciones a la macroeconomía, Phelps ha hecho, también, considerables aportaciones en muchas otras áreas, incluída la teoría del crecimiento y el cambio tecnológico, la tributación óptima y la justicia social.
La aportación clave que Phelps hizo en el campo de la macroeconomía es que las expectativas afectan a la relación entre la inflación y el desempleo y, ya que las expectativas en sí mismas son endógenas, cambian a lo largo del tiempo, también lo hace la relación entre desempleo e inflación. Si un gobierno intenta hacer descender la tasa de desempleo a niveles muy bajos, la inflación va a aumentar y también lo harán las expectativas inflacionarias.
Este razonamiento tiene dos posibles implicaciones de política económica. Algunos políticos han concluido a partir del análisis de Phelps que la tasa de desempleo no puede bajar permanentemente sin que aumenten los niveles inflacionarios. Por lo tanto, las autoridades monetarias simplemente deben centrarse en la estabilidad de los precios buscando una tasa de desempleo a la que la inflación no aumente, conocida como “tasa de desempleo no aceleradora de la inflación” (NAIRU, por sus siglas en inglés “non-accelerating inflation rate of unemployment”).
Pero la NAIRU no es inalterable. La implicación correcta, que Phelps enfatizó repetidamente, es que los gobiernos pueden y deben implantar una variedad de políticas distintas, en particular, políticas estructurales que permitan a la economía operar a un nivel más bajo de desempleo.
Las políticas que se centran exclusivamente en la inflación están equivocadas por otras razones adicionales. Como una cuestión práctica, incluso controlando las expectativas (como Phelps insiste en su obra que se haga), la relación entre el desempleo y la inflación es altamente inestable. Es prácticamente imposible descifrar dicha relación a partir de los datos excepto en unos cuantos períodos aislados.
Parte de la explicación de esta inestabilidad se encuentra en los cambios en los niveles de educación, en la actividad sindical y en la productividad. Pero cualquiera que sea la razón, los políticos se enfrentan a una incertidumbre considerable en cuanto al nivel de la tasa de paro con inflación estable. Por lo tanto, todavía se enfrentan al dilema de presionar muy a la baja la tasa de desempleo y desencadenar un período de inflación, o no presionar lo suficiente, lo que se traduciría en un derroche innecesario de recursos económicos.
La manera en que se perciben estos riesgos depende de los costos de enmendar los errores, lo que a su vez depende de otras propiedades de la relación inflación-desempleo que en el análisis de Phelps no se abordaron. El peso de las evidencias muestra que el costo de enmendar el error de presionar demasiado a la baja la tasa de desempleo es en sí mismo muy bajo, al menos en países como Estados Unidos donde la relación se ha estudiado detenidamente. Según este punto de vista, la Reserva Federal debería buscar agresivamente una tasa de desempleo baja hasta que se vea que la inflación está aumentando.
En contraste, los “halcones” de la inflación afirman que hay que atacarla de manera preventiva. Si bien la mayoría de los Bancos Centrales son halcones de la inflación, esta postura es una cuestión de religión y no de ciencia económica. Sencillamente, no hay evidencias empíricas, o hay muy pocas, de que las tasas bajas y moderadas de inflación que se han dado en las décadas recientes, tengan algún efecto dañino real y significativo en la producción, el empleo, el crecimiento o la distribución del ingreso. Tampoco hay pruebas de que si la inflación aumenta ligeramente ésta no pueda revertirse a un costo relativamente menor, comparable con los beneficios del empleo y crecimiento adicionales que se disfrutaron en la fase expansión excesiva de la economía que condujo al aumento de la inflación.
A principios de los años 1990, la Reserva Federal y muchos otros creían que la tasa de paro con inflación estable (NAIRU) estaba entre el 6% y el 6,2%. Tomando como base los cambios producidos en la economía, el equipo que trabajó conmigo en el Consejo de Asesores Económicos del Presidente Bill Clinton y yo argumentábamos que la NAIRU era considerablemente más baja. Teníamos razón, el desempleo cayó al 3,8 % sin que la inflación aumentara repentinamente.
Esto es importante porque, como argumentó el gran economista Arthur Okun, al reducir el desempleo en dos puntos porcentuales la producción aumentaría de 2 a 6 % o de 0,5 a 1,5 billones de dólares en el caso de Estados Unidos. Incluso para un país rico esto es mucho dinero. Se podría utilizar para dar al sistema de Seguridad Social estadounidense una base sólida durante los siguientes 75 a 100 años. Incluso podría pagar una parte sustancial de una guerra como la de Iraq.
El trabajo de Phelps nos ayudó a entender la complejidad de la relación entre la inflación y el desempleo y el papel tan importante que las expectativas pueden desempeñar en esa relación. Pero es una mala interpretación de ese análisis concluir que nada puede hacerse acerca del desempleo o que las autoridades monetarias deberían enfocarse exclusivamente en la inflación.
Ese punto de vista es el de una escuela de la macroeconomía “moderna” que supone que hay expectativas racionales y mercados en perfecto funcionamiento. En otras palabras los individuos, que se supone idénticos, utilizan plenamente toda la información disponible para prever el futuro en un entorno de competencia perfecta, sin fallas en los mercados de capitales y una cobertura plena de todos los riesgos. No sólo son absurdos los supuestos sino también las conclusiones que obtienen: no hay desempleo involuntario, los mercados son completamente eficientes y la redistribución no tiene consecuencias reales. Pero, según esta escuela, no importa mucho que las políticas gubernamentales no sean efectivas. No es necesaria la intervención del gobierno porque los mercados siempre son eficientes, y lo que es todavía más perjudicial, muchos seguidores de esta postura, cuando se enfrentan a la realidad del desempleo, dicen que sólo surge por las rigideces impuestas por los gobiernos y por los sindicatos. En su mundo “ideal” sin ellas afirman que no habría desempleo.
Durante más de tres décadas, Phelps ha demostrado que hay un enfoque alternativo. Ha tratado de entender qué podemos hacer para reducir el desempleo y aumentar el bienestar de los de abajo. Pero también se ha esforzado en comprender qué es lo que hace dinámicas a las economías capitalistas, qué hay detrás del espíritu empresarial y qué podemos hacer para promoverlo más. La economía de Phelps sigue siendo de acción y no de resignación.
Publicado en Project Syndicate (December)
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miércoles, 15 de noviembre de 2006

La falta de tiempo

martes, 7 de noviembre de 2006

El convulso mercado eléctrico español

Gregorio Gil
En el primer artículo Sharon Beder nos muestra un estudio histórico muy detallado de la privatización del mercado eléctrico en el Reino Unido, pioneros en el proceso de liberalización del mercado eléctrico y las fases posteriores por las que fue pasando, haciendo hincapié en las numerosas disfunciones y comportamientos ajenos a la ortodoxia, pero no por ello menos reales. Se pone de manifiesto que el modelo de liberalización eléctrico practicado en este país ha perjudicado notablemente a las clases más necesitadas del mismo, quedando constatada una elevación de fallecimientos por este motivo. Se incluye aquí, con el fin de que nos concienciemos de la que se nos viene encima si dejamos que el mercado actúe libremente por su cuenta en el sector eléctrico, con una actitud propia de la fe de carbonero en el ultraliberalismo.
En el segundo artículo, en mi opinión superior al primero, el alcance de estudio es más amplio y no está limitado a un solo pais, sino que abarca los distintos paises que ya han entrado, de una forma u otra, en la liberalización del mercado eléctrico y donde han tenido lugar número de privatizaciones con frecuentes fusiones y adquisiciones posteriores, quedando por lo tanto, en evidencia la pregonada competencia prometida al formarse fuertes oligopolios. Los cárteles energéticos han funcionado como grupos de presión politica, intentado por todos los medios (no democráticos) conseguir precios eléctricos cada vez más elevados o ayudas poco justificadas en otros casos, y donde los servicios se presten sólo en las zonas de mayor rentabilidad económica.
En España, la privatización salvo en el caso de Red Eléctrica ya se realizó en su momento, lo que se intenta ahora, es pasar a una completa “liberalización del mercado”. Se comenta que eso es lo que nos pide Europa, pero, en ningún lugar se ha votado eso que se sepa. Estos dos artículos y algunos más que están por venir, indican que las cosas no están tan claras como indican los “ultraliberales” que nos intentan vender esta doctrina como algo “moderno” cuando ya se halla obsoleta, en lo que al mercado eléctrico se refiere. La numerosas fusiones y adquisiciones que están en el horizonte próximo, parecen caminar en sentido contrario de la libre competencia y más en la direccion de la formación de potentes cárteles energéticos que pueden terminar poniendo a los Gobiernos democráticos contra la pared, con el fin de que cambien sus políticas, en especial, sobre los Gobiernos de izquierda, de modo, que terminen perjudicando a la mayoría de sus ciudadanos y en particular a los más pobres. Conviene por ello estar expectantes y denunciar estas situaciones si llegan a presentarse para plantarles cara debidamente.

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