sábado, 31 de enero de 2009

El arma del crimen: consideraciones en torno a la corrupción

José Vidal-Beneyto

La corrupción se ha convertido en una pandemia que todo lo infecta, a la que nada ni nadie escapa. La corrupción entendida, no sólo ni principalmente, como la utilización abusiva e inicua de de las posiciones de poder en provecho de quien las detenta sino como la falsificación de todos los valores, la perversión sistemática, la impostura permanente en el planteamiento de medios y objetivos.

Personas, organizaciones, la economía, los lenguajes, el deporte, la política, las empresas, la justicia, las ideologías, el Estado, la comunicación; todo estragado, pervertido. Es decir, la adulteración de las conciencias, la corrupción del espíritu, que transforman cualquier propósito en barbarie. Por eso, hoy, la generalización y persistencia de las prácticas corruptas no sólo han trivializado su uso sino que lo han connaturalizado, inscribiéndolo, con todos los honores, en el patrimonio de los comportamientos legítimos y necesarios de nuestra contemporaneidad.

Esto es lo que explica lo más perturbador del universo actual a la de la corrupción: su celebración no sólo por sus protagonistas y beneficiarios, sino también por quienes la sufren, por sus víctimas. Pues lo más significativos de larga lista de personalidades políticas francesas de la derecha: François Lyotard, Jean Tiberi, Alain Carignon, Robert Pandraud, Michel Noir, Michel Mouillet, Alain Juppé y tantos otros, con su homóloga relación de los lideres de la izquierda tan notables como: Roland Dumas, Robert Hue, Dominique Strauss-Kahn etc., todos ellos procesados y muchos condenados, a pesar de los escapismos de la inmunidad parlamentaria y gubernamental y de la opacidad de los fondos públicos de que se han servido, es la incorporación de estas “hazañas” a sus carreras políticas como bazas positivas, de la que se dan cuenta en muy diversos casos las triunfales elecciones postcondena de sus protagonistas.. El ejemplo paradigmático es el de Henri Enmmanuelli , líder entonces y todavía hoy del ala izquierda del Partido Socialista, que en las primeras elecciones a las que se presentó después haber cumplido su condena obtuvo muchos más votos que en las que precedieron a su procesamiento.

Lo más lamentable, lo más repugnante de esta situación, es la tolerancia, cuando no la complicidad, del sistema democrático en su conjunto, es decir, de sus actores políticos, de sus Estados y de sus Gobiernos, en una acumulación de falsedades y engaños que sin ellos no podría existir. Porque más allá de la general codicia humana y de las fechorías de las que es habitualmente causa, la criminalidad económica de guante blanco no hubiera podido alcanzar estas elevadísimas cotas de eficacia y de éxito sin la colaboración determinante de una arquitectura financiera que ha elaborado unos dispositivos técnicos, tan sólidos como sutiles, y cuya legalidad, es decir, cuya proyección jurídica, procede de quien puede otorgarla, es decir de los Estados. Lo que les hace muy difícilmente impugnables.

Se ha dicho y hay que repetirlo, que sin la unánime incitación bancaria al crédito y sin el reducido costo del dinero impulsado por los bancos centrales, es decir, por los Estados, no se hubiera producido la hecatombe actual; pero tampoco hay que olvidar el trabajo anterior de socavamiento, la tarea de zapa del sistema que representaba la oferta de los malignos malabarismos financieros que han encarnado los fondos, en particular, los fondos basura Los hedge funds y todos los otros mecanismos de falsificación que han florecido, en las últimas décadas, en el mundo de las finanzas. Cuyos frutos, presididos por el secreto, instrumento principal de la esquiva, es decir, del chanchullo bancario, encuentran en los paraísos fiscales su tierra prometida.

La macroestafa de Madoff ha sido la última y ejemplar ilustración de cuanto sabíamos y veníamos soportando. La credulidad, producto de una incontrolable codicia, de una insaciable avidez de enriquecimiento, cada vez más próximo al latrocinio, alas que han sucumbido tanto los grandes como los pequeños, y que, después de haber arruinado tantas empresas y familias, se ha visto arropado por una mansa reacción de los poderes de control, que ni siquiera han llevado a la cárcel a los causantes del estropicio. Claro que para evitarlo han contado con excelentes abogados y con magistrados comprensivos, lo que se ha traducido en que, tras una confortable cuarentena doméstica, han podido volver a sus negocios, como sucedió con el bochornoso caso de Michael Milken. Condenado a diez años de cárcel, que se redujeron a menos de 20 meses de cómodo confinamiento privado, continuó triunfalmente su actividad financiera a través de su sociedad Drexel Burnham Lambert. Pero hay más, la Milken Family Foundation, creada por él con el dinero cosechado gracias al timo y a las trampas, ha multiplicado las acciones de solidaridad y se ha granjeado el reconocimiento y los aplausos de todos.

Probablemente, antes de no mucho tiempo, sucederá lo mismo con Bernhard L. Madoff y su gente, cuyo propósito de volver al mundo financiero y de completar dicha actividad con otras dedicadas a la defensa del planeta y a la lucha contra el hambre comienza a aflorar.

Pero aún no estamos ahí y seguimos en la impotencia judicial y en la penosa comedia de la búsqueda de la localización de unos fondos que, gracias a la valentía personal y a la competencia profesional de Denis Robert, todos sabemos dónde están y bajo qué cobertura. Se trata de la cuenta 646, abierta por Bernard Madoff el 2 de noviembre de 1999 en la sociedad financiera Clearstream de Luxemburgo, una de las más importantes cajas de compensación del mundo y quizás el más eficaz dispositivo de coordinación de los 10 paraísos fiscales del ámbito político europeo.

Esa es el arma del crimen, ese es el lugar de abominación financiera, pues nadie ignora que los paraísos fiscales instrumento principal de la economía criminal, que Bernard Madoff, el rey de la trampa, maneja con destreza e impunidad. La primera la pone él; la segunda los Estados. Economía criminal que va desde la evasión fiscal y el blanqueo del dinero hasta el mercadeo de seres humanos, pasando por el botín procedente de las extorsiones mafiosas, el tráfico de drogas y de armas, la producción y comercialización de moneda falsa, el robo, estafas y contrabandos de todo tipo que constituyen los componentes de un volumen conjunto que supera ya el 40 % de la economía legal mundial. Volumen que sin los paraísos fiscales no encontraría tan extraordinario acomodo para su conservación , ni tantas facilidades para su producción y multiplicación.

Pero volviendo a Clearstream, se afirma que tuvo mucho que ver con la apropiación indebida de los fondos del FMI destinados a Rusia a través de la sociedad Menatep operación que, al parecer, se operó desde y en Clearstream. Sin olvidar que, según Jean-François Couvrat, portavoz de Attac-France, las ramificaciones del holding de la familia Bin-Laden llegan y se cruzan en Luxemburgo con las operaciones criminales del Banco de Comercio y Crédito Internacional (BCCI), tan ligado a los intereses de los Saud y de éstos a los dos presidentes Bush de Estados Unidos, como conforma Craig Unger, director del The New York Observer, en su libro Los Bush y los Saud. Denis Robert señala al financiero Nadhmi Auchi, el banquero de Sadam Husein, que realizó la discutida compra de Ertoil a la pareja Piqué-De la Rosa, como el centro neurálgico de estas siniestras maniobras, que encontraron en el paraíso fiscal luxemburgués la hospitalidad que necesitaban.

Por cierto, ¿hasta cuándo va a bendecir Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, que su país, en el que tanto manda, siga especializado en estos turbios menesteres? Entre nosotros, sólo Rafael Cid, en Diagonal, ha comenzado a explorar en tan tenebroso pozo. Esperemos que cunda el ejemplo y que, frente al falso deslumbramiento de la instantaneidad de lo numérico, frente a la infantil satisfacción de la reiteración de lo icónico a la huida en el enclaustramiento de lo virtual, la irrenunciable obstinación en el acercamiento de la realidad, propia del periodismo de investigación, vuelva por sus fueros y pueda ilustrarnos sobre estas negras tramas del capitalismo criminal que todo lo contaminan.

Publicado en el diario El País

lunes, 5 de enero de 2009

El trasfondo de la crisis

José Manuel Naredo

Hay que insistir en que la gravedad de la crisis actual viene marcada por la deriva especulativa de la mayor parte de las inversiones acometidas durante el auge del sistema capitalista. Estas, orientadas a obtener plusvalías, se han dirigido mayoritariamente a financiar operaciones de compraventa de títulos, empresas, terrenos e inmuebles, o megaproyectos de dudoso interés económico y social. Por ejemplo, en nuestro país la burbuja inmobiliaria ha llegado a absorber cerca del 70 % del crédito del sector privado.

Sin embargo, la ideología económica dominante invita a soslayar las mutaciones que ha sufrido el capitalismo al desplazar su actividad desde la producción de riqueza hacia la adquisición de la misma, con ayuda de la financiación económica y del recurso a operaciones y megaproyectos apoyados por el poder, pues la metáfora de la producción oculta la realidad de la extracción y adquisición de riqueza y la idea del mercado hace que pasemos por alto la intervención del poder en el proceso económico. El desplazamiento y la concentración del poder hacia el campo económico-empresarial provoca que hoy existan empresas capaces de crear dinero, de conseguir privatizaciones, recalificaciones, concesiones, contratas… y de manipular la opinión, polarizando así el propio mundo empresarial. Si antes el Estado controlaba a las empresas, ahora hay empresas que controlan y utilizan al Estado y a los medios en beneficio propio, demostrando que el capitalismo de los poderosos es sólo liberal y antiestatal a medias. Es liberal para solicitar la plena libertad de explotación, pero no para promover recalificaciones y concesiones en beneficio propio. Y es antiestatal para despojar al Estado de sus riquezas, pero no para conseguir que las ayudas e intervenciones estatales alimenten sus negocios. De ahí, que calificar de neoliberal al capitalismo de los poderosos es hacerle un inmenso favor, al encubrir el intervencionismo discrecional tan potente en el que normalmente se apoya, reflejado en las suculentas ayudas a las empresas establecidas a raíz de la crisis.

Más que hablar de neoliberalismo, habría que hablar de un neocaciquismo revestido de democracia que ha desatado una nueva fase de acumulación capitalista. En esta etapa, los más poderosos son capaces de emitir acciones y otros títulos que suplen las funciones del dinero, contando así con medios de financiación sin precedentes, que les permiten adquirir las propiedades del capitalismo local y del Estado, y con el poder necesario para promover, con la ayuda estatal, operaciones extremadamente lucrativas. El sistema monetario internacional facilita la creación de ese dinero financiero que se sostiene a base de atraer el ahorro, incluso el de los más pobres, hacia la compra de los pasivos no exigibles que emiten los más ricos.

Además, en esta fase, en la que predomina la adquisición sobre la producción de riqueza, los beneficios empresariales y el crecimiento de los agregados económicos de rigor ya no suponen mejoras generalizadas en la calidad de vida de la mayoría de la población, que tiene que sufragar el festín de beneficios, plusvalías y comisiones originado. Pero la sociedad, adormecida por la ideología dominante, sigue sin preocuparse del contenido concreto y las implicaciones de esos agregados monetarios cuyo crecimiento indiscriminado desea y defiende.

La deriva hacia la adquisición de la riqueza se produjo de la mano de la sobredimensión del juego inmobiliario-financiero y demás procesos especulativos que acentúan los vaivenes cíclicos y la volatilidad de las cotizaciones. Este panorama resulta socialmente aceptable en la medida en que una nueva e ingente liquidez alimenta la máquina corrupta del crecimiento económico, de cuyas migajas viven también los pobres. De ahí, que cuando el pulso de la coyuntura económica decae, se quiera inyectar más y más liquidez a toda costa, para que la fiesta de adquisición de riqueza continúe y rebose lo más posible alcanzando a buena parte de la población. El crecimiento actúa así como una droga que relaja los conflictos y las conciencias y crea adicción en todo el cuerpo social. Pero, cuando decae o se frena el malestar, resurge con fuerza, invitando peligrosamente a mirar hacia atrás y a ver las ruinas que ha ido dejando, jalonadas de grave deterioro ecológico, de angustioso endeudamiento económico y de bancarrota moral.

La alternativa al modelo económico descrito requiere profundos cambios mentales e institucionales que no cabe detallar aquí. Cambios que permitan trascender la metáfora de la producción y la mitología del crecimiento económico. Cambios en las reglas del juego que rigen actualmente la valoración comercial y el sistema monetario internacional y que promueven la deriva especulativa del sistema económico antes mencionada. La viabilidad de estos cambios depende de la disyuntiva política que enfrenta a la actual refundación oligárquica del poder con una refundación democrática del mismo. O también, la que enfrenta a la actual democracia, que se dice representativa, pero que se apoya en consensos oscuros y elitistas, con una democracia participativa, con un consenso amplio y transparente, fruto del ejercicio pleno de una ciudadanía bien informada, pues la información es condición necesaria para desmontar las prácticas caciquiles y los lucros inconfesables de las operaciones y los megaproyectos inmobiliarios, así como para reconducir el proceso económico hacia una gestión más razonable y acorde con los intereses mayoritarios. Pero también hay que subrayar que la intensa participación y movilización social, debidamente informada, es suficiente para que tal desmontaje y reconducción se produzca, siempre y cuando peligre el crédito electoral de los responsables políticos.

Publicado en el diario Público

jueves, 1 de enero de 2009