sábado, 17 de diciembre de 2011

Una cumbre para la defunción

Kevin O'Rourke*
2011-12-09


OXFORD - Como muchos temían y la mayoría esperaba, la cumbre europea que acaba de concluir dejó mucho que desear. Una vez más, los líderes nacionales de Europa demostraron su incapacidad de aceptar lo que subyace a las crisis bancaria, económica y de deuda soberana de la eurozona y, por tanto, de darles solución.
Una lección que el mundo ha aprendido desde la crisis financiera de 2008 es que una política fiscal contractiva significa eso mismo: contracción. Desde 2010, un experimento realizado en toda Europa ha falseado de manera concluyente la idea de que las contracciones fiscales son expansivas. Agosto de 2011 vio el mayor descenso mensual de la producción industrial de la eurozona desde septiembre de 2009, las exportaciones alemanas se redujeron notablemente en octubre ynow-casting.com predice disminuciones en el PIB de la eurozona para finales de 2011 y principios de 2012.
Una segunda lección relacionada es que es difícil reducir los salarios nominales y que, por cierto, estos no son lo suficientemente flexibles como para eliminar el desempleo, lo que es verdad incluso en un país tan pequeño, flexible y abierto como Irlanda, donde el desempleo aumentó el mes pasado a 14,5%, a pesar de la emigración, y donde como resultado los ingresos tributarios en noviembre estuvieron por debajo del objetivo del 1,6%. Si la estrategia de "devaluación interna" del siglo XIX para promover el crecimiento mediante la reducción de los salarios y los precios internos es tan difícil en Irlanda, ¿cómo espera la UE que funcione en toda la periferia de la eurozona?
El mundo hoy en día se parece mucho al mundo teórico de que los economistas han utilizado tradicionalmente para examinar los costos y beneficios de las uniones monetarias. La pérdida de la capacidad de los miembros de la eurozona de devaluar su tipo de cambio es un costo importante. Los esfuerzos de los gobiernos para promover la reducción de salarios, o impulsarla llevando a sus países a la recesión, no puede sustituir a la devaluación del tipo de cambio. Colocar todo el peso del ajuste sobre los países deficitarios es una receta para el desastre.
En un mundo así, la unión fiscal es un complemento fundamental de la unión monetaria. Si la industria del quingombó entra en decadencia, haciendo que el estado de Louisiana entre en recesión, los residentes pagarán menos impuestos federales y recibirán más transferencias fiscales. Estos flujos financieros son un mecanismo anticíclico natural que ayuda a las economías locales y regionales a capear los malos tiempos. En una hipotética unión fiscal europea, sin duda habría transferencias de Alemania a la periferia en 2011, pero una configuración bien diseñada habría asegurado flujos haciaAlemania en la década de 1990, mientras luchaba por hacer frente a los costes de la reunificación con Alemania del Este.
Con esto en mente, el punto más obvio sobre la reciente cumbre es que la "unión de estabilidad fiscal" propuesta no es nada de eso. En lugar de crear un mecanismo de seguro interregional que implique transferencias anticíclicas, la versión que se ofrece constitucionalizaría un ajuste procíclico en los países golpeados por la recesión, sin medidas compensatorias para impulsar la demanda en otras partes de la eurozona. Describir esto como una "unión fiscal", como algunos han hecho, constituye un abuso casi orwelliano del lenguaje.
Muchos plantearán el argumento de que esos acuerdos son necesarios para salvar la eurozona, pero lo que se necesita para ello en el futuro inmediato es un Banco Central Europeo que actúe como una autoridad monetaria adecuada. Es cierto que Alemania insiste en la "unión de estabilidad fiscal" como condición para permitir que el BCE haga siquiera el mínimo necesario para mantener a flote el euro, pero este es un argumento político, no económico. Económicamente, su propuesta empeoraría un diseño institucional ya terriblemente errado.
Lo que se necesita para salvar la eurozona en el mediano plazo es un banco central con un mandato que cubra más que la inflación; por ejemplo, el desempleo, la estabilidad financiera y la supervivencia de la moneda única. También es necesario un marco común para la regulación del sistema financiero, al igual que un marco común de solución de conflictos bancarios que sirva a los intereses de los contribuyentes y los tenedores de bonos del gobierno, en lugar de a los bancos y sus acreedores. Esto requerirá una unión fiscal mínima; una unión fiscal a gran escala sería mejor aún. Sin embargo, nada de esto estaba en la agenda de la cumbre.
Una ruptura inmediata de la eurozona sería una catástrofe, por lo que, para evitar ese resultado, el Consejo Europeo aceptó una "unión de estabilidad fiscal" a cambio de algún movimiento por parte del BCE. Esta decisión puede de hecho impedir el colapso en el corto plazo, a pesar de que está lejos de ser una certeza. Las negociaciones de tratados fuera del marco de la UE y los procedimientos de ratificación que les sucederán son una receta para aún más incertidumbre en momentos en que Europa menos lo necesita.
En un plazo ligeramente mayor, un trato así, en el supuesto de que siga adelante, significará mayor austeridad en la periferia de Europa, sin el impacto compensatorio de una devaluación o un estímulo en el núcleo. El desempleo seguirá aumentando, poniendo presión sobre los hogares, los gobiernos y los bancos. Vamos a escuchar mucho más sobre los méritos relativos de la tecnocracia y la democracia. El sentimiento antieuropeo seguirá creciendo y los partidos populistas prosperarán. No se puede descartar la erupción de episodios de violencia.
Esta cumbre debería haber propuesto cambios institucionales para evitar tal escenario. Pero si tales cambios son políticamente imposibles y el euro está condenado, entonces es preferible una rápida muerte que una agonía prolongada y dolorosa. Si la zona euro se derrumba en el futuro inmediato, la catástrofe sería ampliamente percibida como tal, lo que debería al menos servir como fuente de esperanza para el futuro. Pero si se derrumba después de varios años de políticas macroeconómicas perversas requeridas por las obligaciones que el tratado europeo impone a los países, el final, cuando llegue, se verá no como una calamidad sino como una liberación.
Y eso realmente sería peor.
*Kevin O’Rourke es profesor de Historia Económica de la Universidad de Oxford e investigador del All Souls College.

martes, 13 de diciembre de 2011

El necesario giro hacia la sociedad

Manuel Rico

La dura derrota sufrida por el PSOE el 20-N debiera obligar a ese partido a una reflexión tranquila y profunda a la vez, no ensimismada, abierta a la sociedad y sincera y radicalmente autocrítica, algo que parece difícil dada la urgencia con que se ha convocado el congreso y el poco tiempo con que cuentan los militantes (con fiestas navideñas de por medio) para abordarla. El debate, tal y como asoma a los medios de comunicación, pone el nominalismo en primer plano. En segundo queda el, a mi juicio, desafío prioritario, que no es otro que analizar los errores cometidos y diseñar la política que corresponde a una formación socialdemócrata en el comienzo de la segunda década del siglo XXI, en plena era de la globalización y con una poderosa presión de los mercados para recortar y limitar derechos sociales, para desvirtuar la democracia y para poner la política, en Europa y en España, al servicio de sus intereses.El debate político ha desaparecido. Lo importante es elegir cargos o candidatos
Es obvio que las decisiones gubernamentales de mayo de 2010, confrontadas con el programa sometido a las urnas dos años antes, produjeron una importante desafección de los electores. Se añadían a una alta cota de desempleo y empeoraban la calidad de vida de amplios colectivos de ciudadanos de condición modesta mientras los responsables de la crisis "se iban de rositas". Ahí están la razón y el origen de la pérdida de más de cuatro millones de votos y no en otro lugar: lo evidencia la importante fuga de sufragios hacia Izquierda Unida, hacia otros partidos minoritarios y hacia la abstención. Si a ello añadimos la reforma constitucional a contrarreloj y la incorporación de España al escudo antimisiles cogiendo a contrapié a gran parte de electorado progresista, las condiciones objetivas de la derrota estaban servidas.
Sin embargo, creo que hay otra razón de suma importancia que no se ha destacado lo suficiente: desde hace demasiado tiempo, el PSOE vive un proceso de alejamiento de los ciudadanos. Su estructura parece funcionar para sí misma: el debate político ha desaparecido o solo se activa cuando se trata de elegir candidatos u otro tipo de cargos, sus organizaciones de base son renuentes a la presencia ciudadana, y la capilaridad que caracterizó a un partido que otrora estuvo cerca del concepto gramsciano de "partido-parte de la sociedad", con un alto grado de implicación en él del mundo de la cultura y de los ciudadanos activos en los más diversos movimientos y plataformas, ha cedido casi todo el terreno a una estructura sustentada en los cargos públicos de distinto nivel y a una dinámica dirigida a la continuidad de estos y no siempre a partir del doble principio del mérito y la capacidad. Y, como consecuencia de ello, con muy escasa credibilidad para conectar con una ciudadanía insatisfecha, crítica con la "clase política" por considerarla alejada de las condiciones de vida de la mayoría y poseedora de ciertos privilegios poco acordes con los sacrificios que, en ocasiones, se exigen al conjunto de los ciudadanos. No olvidemos que el electorado suele perdonar a la derecha lo que considera grave falta en quienes, como los socialistas, proclaman la austeridad, la má-xima exigencia ética y la transparencia como señas de identidad históricas e irrenunciables. Ese factor, junto al elevado desempleo juvenil, no es ajeno a un fenómeno tan relevante como el 15-M ni a la decantación hacia UPyD de una parte significativa del voto perdido.En consecuencia, el congreso debería dar prevalencia al debate político, a las decisiones sobre el proyecto y sobre el modelo de partido y, en función de ello, situar la discusión nominalista, la elección del secretario general. Es básico, por tanto, que el PSOE defina un modelo europeo vinculado a la reforma y regulación del sistema financiero, a una mayor unidad política y económica, a la defensa del Estado de bienestar y al crecimiento del PIB con equilibrio social y territorial, algo que debiera traducirse en mandato estratégico a trasladar al partido de los socialistas europeos (por cierto, se ha echado de menos un encuentro o simposio al máximo nivel para analizar la situación que vive una UE que parece condenada sin remedio al discurso neoliberal y a la pócima del recorte: ¿se da por muerta la "Europa social" formulada por Jacques Delors?); que elabore una política que fije la prioridad en el empleo y que limite el déficit por la vía del incremento de los ingresos, de una fiscalidad potente y redistributiva y no de la reducción del gasto social o de inversiones. Y que defina una firme apuesta por sólidas reformas democráticas: transparencia, participación, permeabilidad de las instituciones a las iniciativas ciudadanas incorporando mecanismos nuevos de control, vinculados a las redes sociales y a la nueva sociedad tecnológica, afirmación del laicismo del Estado, revisión de la Ley Electoral y del papel del Senado, rigor y austeridad en las retribuciones de los cargos políticos, limitación real de mandatos y, en el plano interno, una revisión en profundidad de su estructura y funcionamiento para reforzar y dinamizar su relación con la ciudadanía. ¿Giro a la izquierda? No solo. Estaríamos, sobre todo, hablando de giro hacia y con la sociedad.
Ante lo gigantesco de ese desafío, no parece de lo más oportuno hacer de las primarias el eje del debate congresual. ¿Son la panacea, tal y como afirman algunos líderes de opinión? No lo son, aunque sí parecen ser el mecanismo más adecuado para la elección de candidatos a someter al voto ciudadano (desde alcaldes a presidente del Gobierno) siempre que se aborde una profunda corrección "a la francesa" porque tal y como está regulado no hace sino reflejar las pugnas "de aparato" entre afiliados: el ejemplo más reciente lo tenemos en Madrid, donde, tras las últimas primarias se excluyó de las candidaturas a gran parte de las voces críticas y se obtuvo el peor resultado regional y local de la historia del socialismo madrileño. No creo, sin embargo, que las primarias sean el mejor sistema para la elección del secretario general o de los equipos de dirección.
Sentadas esas premisas, ¿quién debería liderar el proyecto que apruebe el congreso? A mi entender y partiendo de la irrenunciable oferta plural de aspirantes, el liderazgo debería responder a una doble necesidad: de un lado, solvencia, solidez y rigor en el debate en el ámbito parlamentario; de otro renovación y conexión con los sectores más jóvenes, innovadores y críticos de la sociedad: todo ello, contando con una premisa: no existe una relación mecánica entre esas cualidades y la supuesta juventud o madurez de quien las posee. La cortedad de miras, la visión burocrática de la política, su conversión en salida profesional, el autoritarismo (a veces lleno de apelaciones a la participación de las bases) y la demagogia populista no tienen edad.
En resumen: proyecto estratégico en el marco europeo, partido abierto a la sociedad y liderazgo capaz de lograr la empatía, el respaldo y el reconocimiento de esa mayoría social que los expertos sitúan en el espacio que va del centro progresista a la izquierda más tradicional y, más allá, a los movimientos sociales alternativos. Ese es el desafío. Un desafío que bordea la refun-dación. Ponerle nombre y apellidos a quien haya de encabezarlo y gestionarlo sería, a día de hoy, situar el eje del debate en el lugar equivocado: aunque sea el que nuestro ecosistema mediático persigue cada día.
Manuel Rico es escritor y crítico literario. Verano (Alianza, 2008) es su última novela.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Un descalabro


Félix de Azúa 

Creo que la alarma debería haberse disparado hace ya bastantes años, pero en todo caso un partido socialista capaz de considerar como valor indudable para la sucesión de Zapatero a una profesional del humo como Carme Chacón, de la que nadie conoce una sola idea, es un partido que da señales de parálisis.
El abandono de los votantes puede tener muchos motivos. También deben de haber optado por varias alternativas, muchas de ellas respetables. En todo caso yo sé cuál ha sido la mía y la razón principal para abandonar el partido al que he dado mi voto desde la muerte de Franco. Ha de ser un caso frecuente, así que (excúseme la inmodestia) escribo en nombre de varios centenares de miles de ciudadanos que han rechazado la imposible candidatura del PSOE. Y la causa es fácil de resumir: creo que han caído en el más absoluto desconcierto.
Por ejemplo, es de todo punto incomprensible que el presidente de los socialistas vascos sea Eguiguren, un melifluo valedor de quienes han defendido el asesinato como arma política. Aún confunde más el que Montilla, promotor del hundimiento del socialismo catalán, siga en su sillón, mudo, como es lógico. Los socialistas periféricos descubrieron el nacionalismo y fueron aplaudidos por la ejecutiva, pero pasarán a ser irrelevantes porque esa opción, a mi entender inequívocamente derechista, está muy bien representada por los grupos oligárquicos urbanos y los ruralistas, una unidad que ha funcionado perfectamente desde el siglo XIX.
No es menos confuso el sur, en donde el nacionalismo aún no ha cuajado (todo llegará), pero cuyos dirigentes se dedican a la compra de voluntades de un modo tan evidente que algunos acabarán en el banquillo. Así que mientras los socialistas catalanes apoyan las muy reaccionarias tesis de que Andalucía les roba el dinero, los socialistas andaluces se dedican a repartir subvenciones para ganar votantes.
La contradicción parece que no preocupa a nadie en el partido, pero los votantes se preguntan qué están votando.
Descontadas las tres regiones hasta aquí mencionadas, el partido socialista simplemente ha desaparecido del restante mapa español. Algo se habrá hecho mal, deduce cualquier persona con un gramo de seso, pero luego observa las secuelas de la debacle y advierte que todo sigue igual, incluido el indescriptible presidente Zapatero y su corte de aduladores, o el curtido candidato que ha conseguido hundir las encuestas más pesimistas.
Con la mejor voluntad uno se dice que ese partido no sabe lo que quiere, excepto mantener el sueldo de sus jerarcas. Y con mala voluntad lo plantea al revés:siendo así que lo único que les importa a los jerarcas socialistas es mantener la nómina, no es raro que el caos se haya apoderado de unas siglas que habían suscitado la esperanza de millones de españoles hace décadas. ¿Cómo se ha producido un fenómeno tan extraordinario? ¿Cómo puede ser que le esté sucediendo al PSOE lo que ya le sucedió a la UCD?
Casi todos mis amigos y conocidos, o bien han ocupado cargos en el partido socialista o bien han sido votantes inquebrantables, exceptuada la última elección. Durante muchos años hemos hablado, discutido, nos hemos reído de las meteduras de pata y hemos celebrado los aciertos. Sin embargo, en los últimos años algo ha cambiado. Ya no era posible hablar libremente. Uno tenía que ir con cuidado porque los socialistas se ofendían fácilmente, signo inequívoco de inseguridad. Argumentar no estaba bien visto. En cuanto te apartabas un poco de la ortodoxia comenzabas a ser mirado de soslayo como un posible submarino del PP. Y si la diferencia era de gran tamaño, como era inevitable en Cataluña, no había conversación posible y uno era tachado de facha sin más transición. Y sin embargo, los disidentes sabíamos que los fachas eran ellos porque querían aplastar a la disidencia.
La confusión se adueñó de los socialistas a partir del Gobierno tripartito de Cataluña que significó un giro radical en el ideario histórico: del internacionalismo se pasó a un nacionalismo derechista. De rebote y por mantener una imposible coherencia, los socialistas vascos del ramo Eguiguren comenzaron a coquetear con los de Batasuna y los socialistas gallegos se compraron una gaita. Por milagro aún no han reivindicado los socialistas andaluces su, a todas luces, poderosa identidad nacional. A nadie del partido se le ocurrió que en Italia, país similar a España, pero con contrastes de identidad mucho mayores, solo la ultraderecha plantea diferencias "nacionales".
Si a la deriva derechista se añade la política de imagen (y solo de imagen) que consistió en montar una especie de ONG universal para sumarse a cualquier manifestación de agravio (o de agravia), en lugar de analizar con seriedad los problemas de las minorías (por ejemplo, los castellanohablantes de Cataluña) y considerar su componente de clase (baja) como elemento de conflicto, el resultado es la convicción de que ese partido derechizado tiene tan mala conciencia que solo es capaz de políticas pánfilas, pero hipócritas.
Salir de ese pantano no va a ser tarea sencilla, sobre todo cuando han propiciado el poder omnímodo de un PP que si ahora congela sus extremos eclesiásticos y se centra, bien puede durar tres legislaturas. La renovación del PSOE se va a realizar con un horizonte sin estímulos y una travesía tan larga y triste que difícilmente alguien con talento y voluntad se va a poner al frente de la empresa. Sucederá lo peor: se impondrá la pereza, la resignación, la parálisis de quienes controlan el poder burocrático, lo que dará una oposición gritona y sin convicción.
Medidas serias, como la de obligar a los socialistas catalanes a que aparten sus manos del pastel nacionalista, o bien, si no, que el PSOE se presente en Cataluña con sus propias siglas, me parecen imposibles de alcanzar. Dejar atrás la estúpida dialéctica de "el pueblo contra los banqueros", que es una aceptable caricatura para Izquierda Unida, pero no para un partido con ánimo de gobernar, tampoco parece fácil. Justamente una de las últimas decisiones del Gobierno socialista ha sido la de indultar a un banquero tramposo sin dar explicaciones. Y esa es otra causa de defección: exigir a los socialistas con tareas ejecutivas que justifiquen sus actos, que respondan de sus errores, chapuzas, fracasos y corrupciones, parece una petición de ingenuo idealismo.
Me parece a mí que estos dirigentes no entienden que las corruptelas y los desórdenes éticos se dan por descontados en la derecha y no afectan a su votación, como ha dejado bien claro el caso de Berlusconi, pero la izquierda debería tener como principios inalterables la honestidad, la cultura, la educación y la justicia. Algo de eso van a tener que proponer en su refundación aunque tengan muy pocos candidatos ejemplares.
Pero no van a tener más remedio. Algo que parecen no tomar en consideración los actuales dirigentes del socialismo español es que los votantes han cambiado considerablemente desde la época de Felipe, cuya presencia en estas elecciones, por cierto, nos ha afligido a muchos de sus antiguos votantes. A los ciudadanos ya no se les puede llevar de la nariz con un periódico y dos cadenas de televisión. Hay ahora otros instrumentos para conocer con exactitud lo que están cocinando quienes se presentan como sacrificados amigos del pueblo.
En su inevitable refundación no estaría mal que los socialistas comenzaran, por ejemplo, diciendo la verdad sobre su confusa ideología y aceptando que la guerra fría ya ha terminado. La izquierda necesita otro lenguaje y nuevos conceptos. Si así lo hicieran, todos se lo agradeceríamos porque quizá sería posible volver a sentir simpatía por ellos e incluso a lo mejor recuperaban nuestro respeto, que es la condición imprescindible para volver a ganar unas elecciones.
Félix de Azúa es escritor.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Es sostenible el capitalismo moderno?

Kenneth Rogoff


CAMBRIDGE – A menudo me preguntan si la reciente crisis financiera global marca el comienzo del fin de la era del capitalismo moderno. Es una pregunta curiosa porque al parecer  se presupone que existe un sustituto viable esperando tomar el relevo. La verdad de las cosas es que, al menos por ahora, las únicas alternativas serias al paradigma anglo-estadounidense dominante actual son otras formas de capitalismo.
Pareciera que el capitalismo continental europeo, que combina generosos beneficios sociales y de salud; y un horario de trabajo razonable, aunado a periodos de vacaciones largos, una jubilación temprana; y distribuciones del ingreso relativamente equitativas, parecería ser muy recomendable –pero carece de sostenibilidad. Se afirma generalmente que el capitalismo darwiniano chino, con empresas de exportación que operan en un ambiente de encarnizada competencia, una frágil red de seguridad social y una extensa intervención gubernamental, es el heredero inevitable del capitalismo occidental, aunque solo sea por el enorme tamaño de China y su tasa de crecimiento proporcionalmente  desmesurada. Con todo, el sistema económico chino está evolucionando continuamente.
En efecto, no es claro cuánto más seguirán transformándose a sí mismas las estructuras financieras, económicas y  políticas chinas, y si ese país en  última instancia mutará en una nueva forma de capitalismo. En cualquier caso, a China todavía le aquejan las vulnerabilidades financieras, económicas y sociales comunes de un país de bajos ingresos de  rápido crecimiento.
Tal vez, el asunto central es que en todo el panorama histórico, todas las formas actuales de capitalismo son finalmente temporales. El capitalismo moderno ha tenido resultados extraordinarios desde el comienzo de la Revolución Industrial hace dos siglos,  que sacó de la pobreza absoluta a miles de millones de personas. En términos comparativos, el marxismo y el socialismo autoritario han tenido resultados desastrosos. Sin embargo, a medida que la industrialización y el progreso económico se extienden en Asia (y ahora en África), algún día la lucha por la subsistencia ya no será un imperativo principal, y las numerosas fallas del capitalismo contemporáneo podrían parecer más importantes.
Primero, incluso las principales economías capitalistas no han podido valorar efectivamente los bienes públicos como el aire limpio y el agua. El fracaso para lograr concluir un nuevo acuerdo global de cambio climático es sintomático de esta parálisis.
Segundo, el capitalismo ha producido una gran riqueza pero, al mismo tiempo, extraordinarios niveles de desigualdad. La creciente brecha es en parte solo un efecto secundario de la innovación y el espíritu empresarial. Las personas no se quejan del éxito de Steve Jobs; sus contribuciones son obvias. Sin embargo, no siempre resulta así: una gran riqueza permite a los grupos e individuos comprar poder político e influencia, que a su vez ayuda a generar una mayor riqueza. Solamente pocos países –Suecia, por ejemplo, han podido interrumpir este círculo vicioso sin colapsar el crecimiento.
El tercer problema es la oferta y distribución de servicios médicos; un mercado que no logra satisfacer varios de los requisitos básicos necesarios para que el mecanismo de los precios genere eficiencia económica, empezando con la dificultad que encaran los consumidores para evaluar la calidad de su tratamiento.
El problema se agravará: con seguridad aumentarán los costos de los servicios de salud como proporción del ingreso a medida que las sociedades sean más ricas y más viejas, y probablemente rebasarán el 30% del PIB dentro de unas décadas. En el mercado de los servicios de salud, quizá más que en cualquier otro, muchos países están luchando con el dilema moral de cómo mantener los incentivos para producir y consumir eficientemente sin generar disparidades inaceptablemente grandes en el acceso a esos servicios.
Es irónico que muchas sociedades capitalistas modernas realicen campañas públicas para instar a las personas a poner más atención a su salud, mientras se promueve un ecosistema económico que induce a muchos consumidores a una dieta extremadamente malsana. De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, un 34% de los estadounidenses son obesos. Es claro que la forma convencional de medir el crecimiento económico –que implica un mayor consumo- no puede ser un fin en sí mismo.
Cuarto, los sistemas capitalistas actuales subestiman considerablemente el bienestar de las generaciones futuras. Esto no ha sido importante en gran parte del periodo desde la Revolución Industrial, pues el continuo avance tecnológico ha superado las políticas miopes. En general, cada generación ha tenido mucho más éxito que la precedente. Sin embargo, como la población mundial está rebasando los siete mil millones, y los presagios de escasez de recursos se hacen cada vez más evidentes, no hay garantía de que se pueda mantener esta trayectoria.
Por supuesto, las crisis financieras son el quinto problema, tal vez el que recientemente ha provocado más exámenes de conciencia. En el mundo de las finanzas, la continua innovación tecnológica no ha reducido notoriamente los riesgos, y bien podría haberlos ampliado.
En principio, ninguno de los problemas del capitalismo es insuperable, y los economistas han ofrecido una serie de soluciones basadas en el mercado. Un alto precio global del carbón induciría a las empresas y las personas a internalizar el costo de sus actividades contaminantes.  Se pueden diseñar sistemas fiscales que ofrezcan un mayor margen de redistribución del ingreso sin que ello conlleve necesariamente distorsiones paralizantes, mediante una minimización de los gastos fiscales no transparentes y manteniendo bajas las tasas marginales. Lograr precios efectivos de los servicios de salud, incluidos los de los tiempos de espera, podría fomentar un mejor equilibrio entre la equidad y la eficiencia. Los sistemas financieros podrían estar mejor regulados, dando una atención más rigurosa a las acumulaciones excesivas de deuda.
¿Será el capitalismo víctima de su propio éxito en la producción masiva de riqueza? Por ahora, por muy de moda que pueda estar el tema de la desaparición del capitalismo, la posibilidad parece remota. No obstante, mientras sigan creciendo la contaminación, la inestabilidad financiera, los problemas de salud y la desigualdad, y mientras los sistemas políticos continúen paralizados, dentro de pocas décadas el futuro del capitalismo podría no parecer tan seguro como lo parece ahora.
Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard, fue economista en jefe del FMI.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La gran regresión

Ignacio Ramonet
Está claro que no existe, en el seno de la Unión Europea (UE), ninguna voluntad política de plantarle cara a los mercados y resolver la crisis. Hasta ahora se había atribuido la lamentable actuación de los dirigentes europeos a su desmesurada incompetencia. Pero esta explicación (justa) no basta, sobre todo después de los recientes “golpes de Estado financieros” que han puesto fin, en Grecia y en Italia, a cierta concepción de la democracia. Es obvio que no se trata sólo de mediocridad y de incompetencia, sino de complicidad activa con los mercados.
¿A qué llamamos “mercados”? A ese conjunto de bancos de inversión, compañías de seguros, fondos de pensión y fondos especulativos (hedge funds) que compran y venden esencialmente cuatro tipos de activos: divisas, acciones, bonos de los Estados y productos derivados. 
Para tener una idea de su colosal fuerza basta comparar dos cifras: cada año, la economía real (empresas de bienes y de servicios) crea, en todo el mundo, una riqueza (PIB) estimada en unos 45 billones (1) de euros. Mientras que, en el mismo tiempo, a escala planetaria, en la esfera financiera, los “mercados” mueven capitales por un valor de 3.450 billones de euros. O sea, setenta y cinco veces lo que produce la economía real...
Consecuencia: ninguna economía nacional, por poderosa que sea (Italia es la octava economía mundial), puede resistir los asaltos de los mercados cuando éstos deciden atacarla de forma coordinada, como lo están haciendo desde hace más de un año contra los países europeos despectivamente calificados de PIIGS (cerdos, en inglés): Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España.
Lo peor es que, contrariamente a lo que podría pensarse, esos “mercados” no son únicamente fuerzas exóticas venidas de algún horizonte lejano a agredir nuestras gentiles economías locales. No. En su mayoría, los “atacantes” son nuestros propios bancos europeos (esos mismos que, con nuestro dinero, los Estados de la UE salvaron en 2008). Para decirlo de otra manera, no son sólo fondos estadounidenses, chinos, japoneses o árabes los que están atacando masivamente a algunos países de la zona euro. 
Se trata, esencialmente, de una agresión desde dentro, venida del interior. Dirigida por los propios bancos europeos, las compañías europeas de seguros, los fondos especulativos europeos, los fondos europeos de pensiones, los establecimientos financieros europeos que administran los ahorros de los europeos. Ellos son quienes poseen la parte principal de la deuda soberana europea (2). Y quienes, para defender –en teoría– los intereses de sus clientes, especulan y hacen aumentar los tipos de interés que pagan los Estados por endeudarse, hasta llevar a varios de éstos (Irlanda, Portugal, Grecia) al borde de la quiebra. Con el consiguiente castigo para los ciudadanos que deben soportar las medidas de austeridad y los brutales ajustes decididos por los gobiernos europeos para calmar a los “mercados” buitres, o sea a sus propios bancos...
Estos establecimientos, por lo demás, consiguen fácilmente dinero del Banco Central Europeo al 1,25% de interés, y se lo prestan a países como, por ejemplo, España o Italia, al 6,5%... De ahí la importancia desmesurada y escandalosa de las tres grandes agencias de calificación (Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s) pues de la nota de confianza que atribuyen a un país (3) depende el tipo de interés que pagará éste por obtener un crédito de los mercados. Cuanto más baja la nota, más alto el tipo de interés.
Estas agencias no sólo suelen equivocarse, en particular en su opinión sobre las subprimes que dieron origen a la crisis actual, sino que, en un contexto como el de hoy, representan un papel execrable y perverso. Como es obvio que todo plan de austeridad, de recortes y ajustes en el seno de la zona euro se traducirá en una caída del índice de crecimiento, las agencias de calificación se basan en ello para degradar la nota del país. Consecuencia: éste deberá dedicar más dinero al pago de su deuda. Dinero que tendrá que obtener recortando aún más sus presupuestos. Con lo cual la actividad económica se reducirá inevitablemente así como las perspectivas de crecimiento. Y entonces, de nuevo, las agencias degradarán su nota...
Este infernal ciclo de “economía de guerra” explica por qué la situación de Grecia se ha ido degradando tan drásticamente a medida que su gobierno multiplicaba los recortes e imponía una férrea austeridad. De nada ha servido el sacrificio de los ciudadanos. La deuda de Grecia ha bajado al nivel de los bonos basura. 
De ese modo los mercados han obtenido lo que querían: que sus propios representantes accedan directamente al poder sin tener que someterse a elecciones. Tanto Lucas Papademos, primer ministro de Grecia, como Mario Monti, Presidente del Consejo de Italia, son banqueros. Los dos, de una manera u otra, han trabajado para el banco estadounidense Goldman Sachs, especializado en colocar hombres suyos en los puestos de poder (4). Ambos son asimismo miembros de la Comisión Trilateral.
Estos tecnócratas deberán imponer, cueste lo que cueste socialmente, en el marco de una “democracia limitada”, las medidas (más privatizaciones, más recortes, más sacrificios) que los mercados exigen. Y que algunos dirigentes políticos no se han atrevido a tomar por temor a la impopularidad que ello supone.
La Unión Europea es el último territorio en el mundo en el que la brutalidad del capitalismo es ponderada por políticas de protección social. Eso que llamamos Estado de bienestar. Los mercados ya no lo toleran y lo quieren demoler. Esa es la misión estratégica de los tecnócratas que acceden a las riendas del gobierno merced a una nueva forma de toma de poder: el golpe de Estado financiero. Presentado además como compatible con la democracia...
Es poco probable que los tecnócratas de esta “era post-política” consigan resolver  la crisis (si su solución fuese técnica, ya se habría resuelto). ¿Qué pasará cuando los ciudadanos europeos constaten que sus sacrificios son vanos y que la recesión se prolonga? ¿Qué niveles de violencia alcanzará la protesta? ¿Cómo se mantendrá el orden en la economía, en las mentes y en las calles? ¿Se establecerá una triple alianza entre el poder económico, el poder mediático y el poder militar? ¿Se convertirán las democracias europeas en “democracias autoritarias”?


(1) Un billón = un millón de millones.
(2) En España, por ejemplo, el 45% de la deuda soberana lo poseen los propios bancos españoles, y los dos tercios del 55% restante, los detentan establecimientos financieros  del resto de la Unión Europea. Lo cual significa que el 77% de la deuda española ha sido adquirida por europeos, y que sólo el 23% restante se halla en manos de establecimientos extranjeros a la UE.
(3) La nota más elevada es AAA, que, a finales de noviembre pasado, sólo poseían en el mundo algunos países: Alemania, Australia, Austria, Canadá, Dinamarca, Francia, Finlandia, Países Bajos, Reino Unido, Suecia y Suiza. La nota de Estados Unidos ha sido degradada, en agosto pasado, a AA+. La de España es actualmente AA-, idéntica a la de Japón y China.
(4) En Estados Unidos, Goldman Sachs ya consiguió colocar, por ejemplo, a Robert Rubin como Secretario del Tesoro del Presidente Clinton, y a Henry Paulson en esa misma función en el gabinete de George W. Bush. El nuevo presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, fue también vicepresidente de Goldman Sachs para Europa de 2002 a 2005.

viernes, 2 de diciembre de 2011

29 años después

Juan Francisco Martín Seco
El vuelco electoral que se produjo el pasado día 20 noviembre recuerda aparentemente a aquel 28 de octubre de 1982 en el que el PSOE se alzó con mayoría aplastante. Entonces, como ahora, la economía española se debatía en una profunda crisis, aunque de características diferentes y, sin duda, de gravedad muy inferior a la actual. Entonces, como ahora, el partido mayoritario en la oposición y posteriormente ganador de los comicios se presentó con el eslogan “por el cambio”.
Pero esa aparente similitud queda enseguida relegada, no solo porque los papeles de los protagonistas se invierten, sino por otras múltiples disparidades. Podríamos bautizar las elecciones de 1982 con el nombre de la esperanza. Aquel PSOE supo concitar un gran apoyo electoral. Los ciudadanos acudieron a las urnas con optimismo y entusiasmo pensando que el cambio era posible. El derrumbamiento de la UCD se debió sin duda a sus muchos errores y divisiones internas, pero también a que el PSOE transmitió ilusión a una gran parte de la sociedad. Otra cosa es que, como en toda ilusión, llegase después y relativamente pronto el desengaño. El momento actual es muy diferente. Estos comicios podrían haberse titulado los de la desesperación y el desánimo y, ante todo, lo que se ha producido es simple y llanamente un voto de castigo.
En todas las elecciones asistimos a un fenómeno curioso. Casi todas las fuerzas políticas se proclaman ganadoras. Siempre encuentran para ello algún aspecto en el que basarse. Pero en pocas elecciones como en esta, tales manifestaciones se acercan tanto a la verdad. Todos los partidos, todos menos el PSOE, han mejorado sus resultados o al menos han cumplido los objetivos que se habían propuesto alcanzar. Y, sin embargo, todos también deberían relativizar la victoria. El hundimiento del PSOE ha permitido el triunfo del PP con un escaso medio millón de votos adicionales a los de las pasadas elecciones. La debacle socialista ha liberado tal cantidad de votos, que incluso descontando los que se han dirigido a la abstención, ha hecho posible los magníficos resultados de Izquierda Unida, de UPyD y hasta los de CiU. Los partidos ganadores, comenzando por el PP, deberían preguntarse, no obstante, hasta qué punto su éxito obedece a sus méritos o a los deméritos del Partido Socialista.
Pero, sobre todo, es el PSOE el que tendría que reflexionar o mejor, más que reflexionar, llevar a cabo una total catarsis, cosa a la que no parecen estar muy dispuestos a juzgar por cómo se desarrolló el pasado Comité Federal, ausente de cualquier atisbo de debate y de la mínima autocrítica por parte de los responsables del desastre. Todo se limita a escudarse tras la crisis. Sin duda las dificultades económicas han sido el factor más importante en estos años para todos los países europeos, pero gobernar implica hacerlo en todas las circunstancias.
El primer error de Zapatero y de su séquito fue el de dar por buena la herencia económica recibida del PP y no vislumbrar que, detrás de aquel auge, se escondía una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento. Es más, se subieron al carro de la euforia y durante sus primeros cuatro años continuaron aplicando con gran triunfalismo la misma política, que no era precisamente una política socialdemócrata. Por si no hubieran sido bastante las dos reformas fiscales del PP, el PSOE implantó también la suya en la misma línea: reducción del Impuesto de Sociedades, disminución del tipo marginal máximo del IRPF, permisividad ante el fraude fiscal de las SICAV y, como traca final, la suspensión del Impuesto sobre el Patrimonio.
En su obcecación, se negaron a aceptar la crisis cuando ya era evidente y, en el momento en que la negación ya no fue posible, miraron hacia fuera responsabilizando de todo a las hipotecas subprime de Estados Unidos y cerrando los ojos, una vez más, a los graves problemas que presentaba la economía española. Incluso se jactaron de la solidez de nuestro sistema financiero, todo él contaminado por la burbuja inmobiliaria.
El papel representado ante Europa y ante Alemania ha sido deprimente, de extrema debilidad, de impericia e incompetencia, llegando casi al servilismo. En un día, por la imposición de los mandatarios europeos, modificó todo su programa cuando lo que únicamente se estaba solventando entonces era la ayuda a Grecia. Pero es que, en todo caso, Europa y Alemania nunca determinaron qué tipo de ajustes había que implementar. La decisión de recortar el sueldo a los empleados públicos y a los pensionistas y subir los impuestos indirectos en lugar de incrementar los directos (sociedades, IRPF, rentas de capital, patrimonio, sucesiones, SICAV, etc.) fue exclusivamente del Gobierno.
El margen de actuación siempre es grande y las alternativas muchas. En parte por ineptitud, el Gobierno se inclinó por lo aparentemente más sencillo, haciendo recaer el coste de la crisis sobre las clases más bajas. Los ajustes y reformas realizados por el PSOE estos años son de los más duros de nuestra época democrática. La etapa Zapatero se recordará por la frivolidad, por las ocurrencias, por la improvisación y por la falta total de ideología, a pesar de sus muchas aseveraciones en sentido contrario. El problema actual del PSOE consiste en que se ha olvidado de cuál es la ideología socialdemócrata. Se ha convertido en un partido liberal; liberal, sí, en materia de derechos civiles y de costumbres, pero también en materia de política económica.