martes, 29 de marzo de 2011

El "rescate" a Portugal (por Juan Torres López)




Otra vez el engaño de los rescates: ¿Ahora Portugal?

Juan Torres López
En otros artículos referidos al caso español traté de poner de relieve que cuando se habla de “rescatar” a un país se produce un gran engaño que es imprescindible tratar de desvelar.Juan Torres López – Consejo Científico de ATTAC.

Ahora ocurre lo mismo con Portugal cuando las autoridades europeas y los llamados “mercados”, en realidad los grandes grupos financieros y empresariales, insisten para que el gobierno portugués solicite que su país sea “rescatado”.
Generalmente, cuando se habla de “rescatar” a un país se parte de una situación real y de gravedad que suele manifestarse en un gran endeudamiento que dificulta o impide hacer frente a los compromisos de pago adquiridos. Sin embargo, cuando esto ocurre se produce un engaño muy bien orquestado en relación con las razones, los problemas, las soluciones y los efectos de la operación que se desea llevar a cabo.
El primer engaño suele darse sobre la naturaleza de los problemas que padece el país al que se dice que hay que “rescatar”. Ahora, como en los caso griego o irlandés recientes, se afirma que Portugal tiene un grave endeudamiento público derivado del crecimiento desbordado de sus gastos que le obliga a recurrir a un cuantioso préstamo para liquidar con él sus deudas. No es del todo cierto, como señalaré enseguida.
El segundo engaño se deriva del anterior. Para que el “rescate” sea útil se afirma que debe ir acompañado de medidas que resuelvan el problema que originó la situación que se quiere resolver y que, por tanto, deben consistir, principalmente en recortar el gasto. En consecuencia, los que dan el préstamo para “rescatar” al país, en este caso Portugal, imponen políticas consistentes en recortar cualquier tipo de gasto público y en especial el que está vinculado con las actividades que dicen que el sector privado puede llevar a cabo más eficazmente, es decir, con los servicios públicos (otro engaño más porque no es seguro que lo haga mejor y sin embargo es inevitable que el capital privado lo proporcione más caro y a menos población), o el que se considera improductivo, como el sueldo de los funcionarios, por ejemplo.
Al mismo tiempo se engaña también afirmando que el resultado del rescate será el mayor incremento de la actividad y de la creación de empleo y que, por tanto, gracias a él las aguas de la economía volverán a su cauce anterior e incluso a un nivel mucho más satisfactorio de rendimiento económico.
Desde que en los años ochenta se empezaron a producir “rescates” en economías de América Latina hemos podido ver cómo acaban este tipo de operaciones (con menos actividad, empleo y desigualdad y con más pobreza) y analizando la situación de los países que han sido o que van a ser “rescatados” podemos comprobar sin demasiada dificultad la naturaleza de este engaño.
Los problemas económicos que tiene Portugal no son exactamente el resultado de que haya habido mucho gasto público, de endeudamiento público. Es verdad que el déficit ha aumentado mucho en los dos últimos años pero eso se ha producido como consecuencia de la crisis que han provocado los bancos y de que se haya impuesto una respuesta a ella basada justamente en salvarlos a costa de un precio extraordinariamente alto. De hecho, el gobierno portugués, siguiendo directrices y ejemplos europeos y la presión de los propios poderes financieros, llegó a nacionalizar bancos en operaciones que le costaron muy caro.
Pero ni siquiera eso es lo que provoca los problemas más agudos de la economía portuguesa. Su problema más grave no es el endeudamiento público sino el exterior y éste se viene produciendo en los últimos años no precisamente porque haya habido despilfarro público sino como consecuencia de las políticas neoliberales que han destruido su riqueza productiva, su industria y agricultura y que le han cercenado las fuentes de generación de ingresos ya de por sí débiles. Como en tantos otros países, han sido estas políticas generadoras de escasez en aras de salvar el beneficio de los grandes grupos oligárquicos y que han obligado a Portugal a vender sus mejores activos productivos al capital extranjero, las que han destruido tejido industrial y producción agraria y las que así han provocado un debilitamiento de su capacidad de crear empuje económico, de su competitividad y, como consecuencia de ello, el incremento de la deuda exterior.
La realidad es que las políticas neoliberales auspiciadas por la Unión Europea han significado un corsé letal para la economía portuguesa y que han ido produciendo en los últimos años un incremento del desempleo y de la pobreza que se ha tratado de disimular, entre otras medios, gracias a que el dominio de los grandes medios de comunicación está cada vez más en manos de esos mismos capitales extranjeros.
Y cuando la crisis ha estallado y cuando el gobierno ha asumido la carga extraordinaria del salvamento bancario, así como cuando ha sufrido mayor merma de ingresos y aumento de gasto para evitar el colapso de la economía, es cuando la situación se ha hecho ya insostenible.
Por tanto, es mentira que el “rescate” sea obligado porque la economía portuguesa sufra debido al endeudamiento público. Si se viene encontrando cada vez más debilitada es por otro tipo de razones.
Y aquí viene otro engaño especialmente peligroso. Las medidas que necesita Portugal para salvar su economía no son las encaminadas a reducir el gasto sino a cambiar el tipo de políticas que le vienen ocasionando pérdida de ingresos, de actividad y de empleo y una desigualdad cada vez mayor, que ha hecho que las rentas en aumento de las clases ricas se hayan dedicado a la inversión financiera o inmobiliaria especulativas que han dado grandes beneficios a bancos también extranjeros, entre los que destacan los españoles, pero que han acumulado mucho riesgo y ha creado una base cada vez más volátil y débil para la economía portuguesa, como ahora se puede comprobar.
El siguiente engaño tiene que ver con los efectos benéficos que dicen que tendría el “rescate”.
En contra de lo que afirman los voceros de los grandes grupos financieros que lo desean, si a los problemas reales que acabo de mencionar se añade ahora, como quieren los que se disponen a “rescatar” a Portugal, recortes en el gasto, disminuciones de salarios y en general políticas que van a producir disminución de la demanda, lo que ocurrirá será que la economía portuguesa se encontrará aún peor porque todo ello solo va a provocar una caída del consumo, de la inversión y del mercado internos y, por tanto, menos actividad y menos empleo.
La realidad es que el “rescate” de Portugal, tal y como se daría allí siguiendo la línea de otros tantos anteriores (un préstamo muy cuantioso para que Portugal pague las deudas acompañado de medidas restrictivas y de recorte de derechos sociales y de gasto) no va a salvar a su economía. Es mentira que este tipo de operaciones rescaten a los países. Esto es solo un último y definitivo engaño: de lo que se trata no es de salvar o rescatar a un país sino a los bancos, principalmente, y a los grupos más ricos y poderosos, puesto que lo que se hace con el rescate es poner dinero para que ellos cobren sus deudas y obligar a que la sociedad cargue con la factura de la operación durante años.
Tan cierto es esto que resulta fácil y patético comprobar que son precisamente estos grupos financieros y las autoridades europeas que le sirven los que se empeñan en convencer a las portuguesas de que soliciten el “rescate”, una buena prueba de quiénes son de verdad los que se beneficiarán de él.
Y esto pone sobre la mesa una última cuestión. Un engaño no menos importante. Quizá el peor. El que tiene que ver con el tipo de régimen político en el que vivimos y en el que los electores, los ciudadanos, no podemos decidir realmente sobre las cuestiones económicas.
Lo llaman democracia pero a la vista de lo que viene sucediendo está cada vez más claro que no lo es porque se nos ha hurtado la posibilidad de decidir sobre las cuestiones económicas que evidentemente son una parte central de las que directamente afectan a nuestra vida. Y es justamente por ello que hemos de hacer todo lo que esté en nuestras manos para tratar de cambiarlos. Eso sí que sería un verdadero rescate. Lo demás es otro robo.
Artículo publicado en Cuarto Poder

jueves, 24 de marzo de 2011

miércoles, 23 de marzo de 2011

Adioses generacionales

Gregorio Morán

¿Cómo se escribe en frío tras la muerte de un amigo? Lo pensé cuando supe que Enrique Curiel acababa de morir. Y entonces sólo era uno. Luego fueron dos. No son golpes, es otra cosa. A partir de una determinada edad se convive con la muerte por vecindad biográfica y empiezas a sentir los huecos, los vacíos, eso que literariamente llamaríamos “los nichos de la memoria”; lugares donde apenas nadie, salvo tú mismo, puede entrar. Y no puedes esquivarlo, lo único que puedes hacer es tomarte tu tiempo para cumplir con la ceremonia de los adioses, sin enredar al muerto ni engañar a los vivos.

La muerte de Enrique Curiel me ha afectado mucho. Leí las necrológicas con una mueca de desdén; me hubiera gustado que las leyéramos juntos, él y yo, y alguno más también. Podrá parecer una salida sarcástica, pero a mí me gustaría leer mis necrológicas, alguna saldrá, y hacerlo con la gente que estimo, para echar la última risa, fumar el último puro y beber la última copa… y no levantarse más. ¿Acaso habría ocasión mejor para hacer el último corte de manga al pasado que leer ese breviario de la memoria, que resume una vida en treinta líneas y una foto?

¿Cómo explicar quién era Enrique Curiel a una generación que no es la mía? Para entendernos por exclusiones: fue en la política lo contrario de Pepiño Blanco, por eso me impresionó la necrológica que le dedicó este inefable subproducto de la política profesional, cuando inicia su elogio de Curiel con una entrada digna de Eugenio Montes, otro gallego: “Hay días en los que uno se levanta y se encuentra de frente con la historia”. Al leerlo entendí por qué alguien dijo que el estilo era el hombre. Es verdad que Enrique vivió la historia siempre desde el embozo de la sábana, allá donde se recoge el cuello y se aposenta el cuerpo. Fue un suertudo que siempre escogió la postura equivocada. Y sobrevivió con dignidad a las camas, las sábanas y los despertares abruptos. En política la cama no tiene nada que ver con el erotismo, ni siquiera con el sueño. Empezó con Tierno Galván, en aquel redil ilustrado que operaba en un piso elegante de la calle Marqués de Cubas, en Madrid, entre el Congreso y el Banco de España, vecino a aquel hotel Suecia que se irá de nuestra memoria sin que nadie le dedique un gran cuento, brutal y cálido; un poco falso también, como el restaurante sueco del sótano, donde abrevaba aquel gran sofista de la socialdemocracia que fue el Viejo Profesor. Uno más que exige una gran biografía de época.

Y Raúl Morodo. Yo le tengo cariño a Morodo, porque reconociendo que jamás le hubiera votado, fue en los años del cólera y hasta ahora mismo una especie de laica Madre Calcuta, cooperante, animoso, casado con mujer amable y rica, atento y sobre todo cumplidor de ese deber ya agotado de recoger con dignidad los restos de los naufragios. Tiene gracia. Los más desvergonzados chiquilicuatres del arribismo político le consideraban un oportunista. La vida enriquece mucho los paisajes humanos. Estoy hablando de la prehistoria, pero es menester, porque Morodo y su departamento en la universidad fueron recogiendo a Enrique Curiel tras cada situación impredecible.

Luego vino el Partido Comunista. Aquí le conocí yo a comienzos de los setenta, en un aparte de una reunión de la dirección de Madrid. Hablamos de Azaña. Yo creo que tras su frustrada inmersión en Manuel Azaña había también algo de búsqueda de su patrimonio cultural; su familia, liberal y republicana, castigada en aquella represión devastadora de los años del cólera. Debió de empezar su militancia comunista hacia 1969, con toda probabilidad tras el estado de excepción, otro hecho trascendental en nuestra historia. No me canso de repetir que nosotros no tuvimos Mayo del 68, nosotros tuvimos enero de 1969 y el asesinato policial del estudiante Enrique Ruano, que cambió tantas vidas.

Pocos líderes estudiantiles fueron tan incapaces de asumir su liderazgo como Enrique Curiel. Era un líder nato, como se suele decir de manera equívoca: lo tenía todo. Hermosa planta, buena oratoria, cabeza amueblada, cultura notable…, pero el peso de la mediocridad ambiental siempre le afectó tanto que parecía avergonzarse de su suerte. La ambición en política es algo tan obvio como el respirar, está en los genes del oficio. Un político sin ambición es peor que un jardín sin flores, es un funcionario. Pocos hombres de la transición dentro de la izquierda llevaron sobre su figura la corona infamante de ser un trepa.Y lo más patético es que no sólo no lo era, sino que no se atrevía a serlo. Cuando dejó el Partido Comunista de España de Julio Anguita, devolvió el escaño, cosa insólita en el gremio, y aseguraron que le había comprado el PSOE.

Formó parte de una generación de fracasados políticos que hubieron de asumir que, o entraban en el PSOE, o no había posibilidad de hacer política. Lo de Julio Anguita tenía mucho que ver con la teosofía pero poco con la realidad. ¡Oh, los muchachos de la utopía que anegaron la izquierda comunista en los primeros años de la transición, hoy en su mayoría reaccionarios convictos y confesos! La política se hace, no se imagina. O te dedicas a eso o te retiras. Enrique Curiel quería seguir y siguió. Vivió en protagonista la crisis letal del Partido Comunista y le faltó valor para asumir la maledicencia. No quería ser secretario general, se conformaba con la vicesecretaría. En el fondo carecía de la pasta del trepa, y eso le hundió, porque hubo de asumirlo todo y no poder ejecutar nada.

Aún recuerdo su momento estelar, el del fracaso más rotundo. Contado por él tenía el valor de un cuento gallego, entre Castelao y Cunqueiro, así de contradictorio. Entró en el PSOE porque no había otro lugar para hacer política, en la misma medida, digámoslo así, que quien quería pelear en los sesenta, y luego, no tenía otro lugar para hacerlo mejor que en el PCE-PSUC. ¿O había otros? Me gustaría que me los citaran. Pero no era lo mismo vivir la clandestinidad que ingresar en el poder. Fue concejal, diputado y senador. El día que decidieron retirarle lo hicieron en una asamblea de socialistas gallegos que aprobaban las listas decididas por Pepiño Blanco. Alguien subió a la tribuna y dijo: “Habréis notado que Enrique Curiel no está entre los candidatos, yes así, compañeros, porque ha sido llamado a más altas tareas en Madrid…”. Y entonces todos exultaron en una ovación cerrada que le obligó a levantarse.

“Nunca en mi vida he tenido una sensación tan ridícula -decía-. Yo no sabía si darles las gracias por los aplausos o ponerme a gritar: ¡Gilipollas, si acaban de defenestrarme, no voy a ningún lugar que no sea a mi casa, y nadie me ha ofrecido nada, ni en Madrid ni en parte alguna!”.

No fuimos muy amigos hasta que nos hicimos amigos. Fue después que todo hubiera terminado, al menos para mí, y él seguía con un escepticismo y una lucidez que me impresionaban. No es un recuerdo glorioso, lo reconozco, pero la última manifestación en la que participamos juntos fue a finales de diciembre de 1976. Me refiero a una manifestación a la antigua. Acababan de detener a Santiago Carrillo y salimos a la calle, y nos forraron a hostias. Era la transición, señores, aquella época dorada cuando todos éramos hermanos, pero a Curiel le dieron un balazo en el culo. Sí, en el culo. Se libró de una perforación de milagro. Me acuerdo de la vergüenza que sentía al tener que dar sus clases con un flotador en el trasero.

¿Cómo explicar la persona de Enrique Curiel a una generación que no tiene ni idea de quién fue? Pues muy sencillo, iba a cumplir 64 años, había peleado casi toda su vida por cambiar el mundo y acabó en un partido dedicado expresamente a lo contrario. Yo no lo haré, lo puedo asegurar, pero me llenó de orgullo que su último deseo fuera el de cubrir su féretro con la bandera del PCE. Un gesto. Porque una cosa es una generación derrotada que llegó a la inevitable conclusión de que si ganaban los nuestros perdíamos nosotros, y otra la dignidad de haberlo intentado.
Publicado en la Vanguardia

domingo, 13 de marzo de 2011

Una Central Nuclear no emite CO2, ¿o sí? (Fukujima)



Es cierto que la zona sísmica japonesa es mucho mas activa que la española, pero también es cierto que el diseño de una Central Nuclear debe ajustarse a los peligros o riesgos de la zona en los que esté situada, incluido el riesgo de sabotaje (terrorismo en nuestro caso elevado).
No parece que como indica El Pais de hoy domingo las fugas de vapor radioactivo se deban a la simple apertura de válvulas de alivio (ver la película) sino a algo mucho mas serio que pudiera llegar a la fusión del núcleo por pérdida de refrigerante o insuficiente refrigeración.
Esas imágenes reflejan el fenómeno y pone en su sitio a los idiotas que afirman que una Central Nuclear no emite CO2 (cuando esta funcionando perfectamente, claro) haciendo caso omiso ademas de la emisión radioactiva.
Una Central Nuclear no es como una bombilla que pueda apagarse instantáneamente sino que tiene lugar un largo proceso denominado "parada segura" durante el cual los sistemas de refrigeración deben seguir actuando y si no lo hacen, por la causa que sea, el peligro de fusión del núcleo es inminente.
Cuando se evalúan los costes de producción de electricidad ligados a un método de producción determinado, en este caso de energía nuclear de fisión es necesario evaluar, también, los costes de fallo de funcionamiento (ligados a una probabilidad de ocurrencia" de un suceso determinado) y al de mantenimiento seguro de los residuos producidos durante el periodo de tiempo de actividad radioactiva peligrosa de los mismos, ya que en caso contrario nos estamos haciendo trampas en el solitario.
Japón históricamente se encuentra en una zona de alta actividad sísmica por lo que no es tan extraña la coincidencia de un terremoto con un tsunami, en realidad la causa es la misma, el desplazamiento de placas tectónicas. Por tanto, la decisión de colocar Centrales Nucleares en esa zona no puede considerarse demasiado prudente y menos en ese número. Tampoco lo es mantener en funcionamiento Centrales Nucleares extendiendo su periodo de vida en detrimento de la seguridad. Una Central Nuclear se diseña para una vida determinada y alargar la misma como es el caso de Fukushima incrementa el riesgo de accidente, había otras centrales más cercanas del epicentro del movimiento sísmico  más cercano y al parecer sufrieron menos.
El sistema de refrigeración del núcleo por agua está alimentado por una bomba impulsora alimentada a su vez por tres sistemas eléctricos redundantes: alimentación desde la red convencional, alimentación desde los grupos Diesel, y finalmente alimentación desde baterías eléctricas (éstas con una autonomía mucho mas reducida unas pocas horas).
El tsunami dañó inicialmente la alimentación eléctrica convencional (¿de forma irreversible?), la alimentación desde los grupos Diesel al parecer resultó dañada, pero existe información contradictoria sobre la llegada de combustible Diesel detenida por el caos de tráfico de los alrededores (¿carecían entonces de suficiente combustible para continuar con ese segundo sistema de emergencia?). Finalmente y ya tarde pusieron en marcha el tercer sistema de baterías,  cuando la reacción nuclear continuaba durante el proceso de parada con una insuficiente cantidad de agua en el proceso. Al acabarse el sistema de de alimentación eléctrica por baterías al no existir agua circulando subió la temperatura (el proceso de parada no es instantáneo) con lo que los gases producidos por el quemado de las vainas de Zircalloy y la fusión parcial de las barras de combustible continuaban su labor.
Parece claro que no comenzaron el proceso de parada segura cuando tuvo lugar el terremoto, luego vino el tsunami que inutilizo (dicen ) el circuito de refrigeración (la bomba, aunque no está claro),  un BWR no tiene circuito secundario como en el PWR por lo que si hay una avería en la refrigeración (clase I) no hay mas solución que iniciar el proceso de parada y cruzar los dedos.... hasta que finalice.

Claro, que mientras no nos toque a nosotros ¿qué mas da, verdad?

Gregorio Gil

viernes, 4 de marzo de 2011

¿Que se debe hacer para crear empleo?


Normalmente presentan sus propuestas como si fueran el resultado de análisis científicos rigurosos y fuera de toda duda pero es importante que la ciudadanía sepa que no cuentan con más evidencia empírica que la que tienen otros análisis que proponen fórmulas alternativas para combatir el desempleo. Y, en consecuencia, que siguiendo sus propuestas, como se viene haciendo, es completamente improbable que se pueda reducir la tasa de paro que sufrimos.
Los economistas neoliberales afirman que las instituciones del mercado de trabajo (salarios, mecanismos de negociación, sindicatos, costes de despido, formas de contratación...) son las que determinan que haya más o menos facilidad para crear empleo y que, por tanto, son las determinantes de las tasas de paro existentes. Afirman que en países como España esas instituciones constituyen rémoras que impiden que las empresas contraten a más trabajadores y que, por tanto, hay que reformarlas para hacerlas más flexibles, es decir, menos costosas y más favorables a las estrategias empresariales.
El punto de partida de estas formulaciones es considerar que el trabajo es una mercancía más, y que el paro simplemente refleja un exceso de oferta en el mercado que se puede resolver si se baja el precio del trabajo, el salario. Cuando las instituciones son rígidas o inadecuadas (como entienden que ocurre en España) no se producirá ese descenso del salario y por tanto perdurará el paro. Un paro que estos economistas denominan voluntario porque sería el resultado de que los trabajadores no aceptan otras condiciones más flexibles o menos onerosas para las empresas. Las propias clases trabajadoras, y más concretamente los sindicatos que se suponen que son quienes representan sus intereses, serían los culpable de que hubiese desempleo, de lo cual también deducen que lo deseable sería que la presencia sindical fuese mínima, bien haciéndolos desaparecer o reformando la negociación colectiva para lograr que tengan la menor influencia posible en la determinación de las condiciones de trabajo
Hace ya uno sesenta años que economistas como Keynes o Kalecki pusieron de relieve que este enfoque contenía errores de partida esenciales y que la evidencia empírica más bien mostraba que eran otros factores los que actuaban como determinantes de la tasa de paro. Pero, pese a ello, los economistas neoliberales siguen manteniendo esas hipótesis, lo que no se puede explicar sino como el resultado de una opción ideológica, legítima, pero ideológica al fin y al cabo y no científica, como siempre quieren hacer creer cuando presentan sus propuestas.
El hecho de que esta tesis haya sido sostenida por los grandes organismos económicos internacionales, por las patronales y por los grandes centros de poder es lo que ha permitido que, pesar de su falta de fundamento científico, se haya convertido en la inspiradora de las políticas laborales y económicas de los últimos años, orientadas, como se sabe a flexibilizar y liberalizar los mercados laborales.
La consecuencia de ello ha sido que, unidas estas políticas a otras igualmente desalentadoras de la actividad económica, no se han podido crear los puestos de trabajo necesarios y, sobre todo, que el empleo generado ha sido más barato y de peor calidad, lo que ha redundado en el incremento de las rentas de capital frente a la salariales.
Recientemente, mientras que los economistas neoliberales continúan  insistiendo en sus propuestas de reforma laboral, se acaba de publicar un artículo en el Cambridge Journal of Economics (2011, 35; pp. 437–457) en el que de nuevo se demuestra (en este caso para la experiencia de 20 países de la OCDE incluida España) que la evidencia empírica no da apoyo a sus tesis.
En su trabajo Capital accumulation, labour market institutions and unemployment in the medium run los economistas Engelbert Stockhammer y Erik Klär demuestran que los factores que tienen que ver con la acumulación de capital y con las variables macroeconómicas que actúan sobre el lado de la demanda tienen una influencia mucho más significativa que las instituciones del mercado laboral sobre las tasas de paro a medio plazo.
Se evidencia así una vez más que las propuestas de reforma de los economistas neoliberales no son las más adecuadas para generar empleo y que, por el contrario, lo mejor que se puede hacer para conseguir crear puestos de trabajo es actuar sobre el mercado de bienes y servicios para lograr que haya demanda efectiva suficiente.
La reforma laboral que proponen y que en parte ha aceptado nuestro gobierno no solo no permitirá generar más empleo (en realidad, así lo reconocieron los defensores más honestos de la propuesta) sino que, a la vista de evidencias como las que muestra este artículo, lo que hará será dificultar que se cree a medio plazo.
Las reformas laborales que plantean los neoliberales y aplicadas en los últimos años perjudican a la creación de empleo porque deprimen la demanda efectiva y, por tanto, empeoran las condiciones de la acumulación del capital. Al igual que sucede con la política monetaria que se ha venido llevando a cabo por el Banco Central Europeo y con el conjunto de políticas que han aplicado los gobiernos.
Para crear empleo hay que hacer otra cosa, según nos sugieren trabajos empíricos como el que acabo de mencionar. Hay que estimular la inversión productiva, hay que crear capital social y sostener una demanda efectiva potente que principalmente puede provenir de la masa salarial, puesto que las rentas del capital y las más altas tienden a dedicarse al ahorro en mucha mayor proporción y éste, en ausencia de las reformas necesarias del sistema financiero, es absorbido por éste último y derivado hacia la inversión especulativa.
La receta más adecuada para combatir el paro facilitando la generación de puestos empleo es crear condiciones macroeconómicas que dinamicen el mercado de bienes y servicios. Actuar sobre el mercado laboral para abaratar el empleo y para proporcionar condiciones más favorables de contratación para la gran empresa no lo garantiza a medio plazo. Podría ser una buena solución para la empresa considerada aisladamente pero no para el conjunto de ellas y, sobre todo, para las pequeñas y medianas que no disponen de la válvula de escape de los mercados globales.
Publicado en Sistema Digital el 3 de marzo de 2011

Capital accumulation, labour market institutions and unemployment in the medium run los economistas Engelbert Stockhammer y Erik Klär
Abstract
According to the mainstream view, labour market institutions (LMIs) are the key determinants of unemployment in the medium run. The actual empirical explanatory power of measures for labour market institutions, however, has recently been called into question. The Keynesian view holds periods of high real interest rates and insufficient capital accumulation responsible for unemployment. Empirical work in this tradition has paid little attention to the role of LMIs. This paper contributes to the debate by highlighting the role of autonomous changes in capital accumulation as a macroeconomic shock. In the empirical analysis, medium-term unemployment is explained by capital accumulation, LMIs and a number of macroeconomic shocks in a panel analysis covering 20 OECD countries. The economic effects of changes in LMI, variations in capital accumulation and other macro shocks are compared. Capital accumulation and the real interest rate are found to have statistically significant effects that are robust to the inclusion of control variables and show larger effects than LM