sábado, 26 de noviembre de 2011

Indecente indulto de Zapatero a Saez

Pablo Sebastián

El indulto concedido por el presidente Zapatero y su Gobierno (socialista) al consejero delegado del Banco Santander, Alfredo Sáenz, que había sido condenado por el Tribunal Supremo por el delito de “denuncia falsa” es una decisión políticamente indecente y jurídica y moralmente inaceptable de todo punto por cuanto el Tribunal Supremo se ha opuesto a semejante indulto (lo que lo convierte en algo excepcional porque en casos similares siempre se ha negado a los condenados españoles), y porque, en el grave momento político, social y económico de España, la decisión deZapatero se ha transformado en escándalo mayúsculo (denunciado por las asociaciones de jueces) y en un insulto a la ciudadanía. Con el agravante de venir del presidente de un gobierno socialista que sólo está “¡en funciones!” y preside el secretario general de un partido, el PSOE, que se dice de izquierdas y acaba de fracasar de manera estrepitosa en una campaña electoral donde su candidato, Rubalcaba, culpaba a la banca y “los ricos” de la ruina de España.
Por si algo le faltaba, el Comité Federal del PSOE que hoy abre su debate sobre el fracaso electoral tiene en esta decisión de su líder y secretario general Zapatero motivos más que suficientes para exigirle su dimisión –la que debió de haber presentado en la noche electoral del 20-N- de manera irrevocable para facilitar la constitución de una comisión gestora que convoque el congreso del Partido Socialista. Porque ayer, la noticia del indulto -que le fue ocultada al PP de Rajoy- circuló en el PSOE como un reguero de pólvora encendida, y no digamos entre militantes y votantes (las “redes sociales” estaban “encendidas” de indignación).
En cuanto a Alfredo Sáenz tenemos que decir que el Consejero Delegado del Banco Santander está en su derecho de solicitar el indulto y de recibirlo, como cualquier otro ciudadano. Pero ha de saber que ha recibido un trato de favor y que esa noticia muchos españoles la han valorado como un escándalo y una injusticia y por lo tanto Saénz debería de actuar en consecuencia y dimitiendo, una vez indultado. Tanto por su bien, como por bien de la entidad financiera que regenta en la que ha desempeñado un papel crucial. Porque nadie pone en duda su capacidad y excelente gestión en la cúpula del Banco Santander, ni mucho menos la buena marcha y la solvencia de la entidad. Pero el ejemplo y las normas del “buen gobierno” de estas entidades, tan sensibles a cualquier hecho de relevancia social sobre su actividad y primeros gestores se debe de tomar muy en cuenta. Incluso por sentido de la responsabilidad ante la “alarma social” que despierta la noticia del indulto.
Además Sáenz –y el equipo jurídico del Banco Santander- saben que el indulto no elimina la condena y que al margen de su efecto penal aún está en vigor la “sanción disciplinaria” relativa a los altos cargos de la Banca, que debería ser aplicada por elBanco de España al caso de Sáenz en el Santander solicitando de inmediato el cesedel Consejero Delegado, porque el indulto del Gobierno de Zapatero no elimina los “antecedentes penales” que siguen en vigor. En el Real Decreto 1.245/1.995 del 14 de julio y en su artículo segundo se dice entre otras cosas: “serán requisitos necesarios para ejercer la actividad bancaria ser personas de reconocida honorabilidad comercial y profesional.” Y se añade: “en todo caso se entenderá que carecen de honorabilidad quienes, en España o en el extranjero, tengan antecedentes penales por delitos dolosos”, como es el caso de Alfredo Sáenz.
Además no consta en los anales de la jurisprudencia y la política que un Gobierno haya concedido un indulto contra el criterio del Tribunal Supremo, lo que agrava la decisión de Zapatero que por añadidura se ha tomado en cuestión de meses –cuando todas las decisiones de indultos tardaron en España un mínimo de entre uno y dos años- y nunca por un gobierno “en funciones” y a punto de dejar el poder tras su flagrante derrota electoral.
El indulto acordado ayer por el Gobierno de Zapatero y en ningún caso explicado ayer por el ministro portavoz del Ejecutivo, José Blanco –quien está bajo investigación del Tribunal Supremo por presunta corrupción y tráfico de influencia- constituye el broche final de la desvergüenza política del todavía presidente Zapatero, que ha arruinado España, dañado la cohesión nacional, inundado  el Gobierno y la administración del Estado de gobernantes sin la menor cualificación, y dañado el espíritu de la transición y de la reconciliación nacional con la reapertura del debate de la Guerra Civil española.
Y si después de este escándalo el PSOE calla sobre este asunto –que se suma a la reforma “exprés” de la Constitución y al trágala del escudo anti misiles de EE.UU.- en su Comité Federal se podrá pensar que el PSOE podría haber recibido favores económicos por el Banco en cuestión, cosa que en España suele ser habitual. Pero aunque alguien pretenda imponer la ley del silencio –vamos a ver lo que dicen los partidos políticos, sindicatos y los grandes medios de comunicación al respecto- la noticia circulará y dejará, en todo caso, un amargo sabor de boca y una sensación de burda injusticia porque en esta España tan enferma estas cosas no se deben ni se pueden soportar.
Publicado en Republica

viernes, 25 de noviembre de 2011

PSOE: ¿y ahora qué?


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA
 25/11/2011


Como estaba cantado, el PSOE ha salido ampliamente derrotado de las elecciones del 20-N. No se trata aquí de analizar las causas de la derrota. Zapatero ha hecho lo que debía tal y como prometió, aun a riesgo de quemar al partido. Mi reconocimiento y afecto para él. Los socialistas han acudido a esas elecciones con un candidato a presidente, Alfredo Pérez Rubalcaba, que no era el secretario general del partido, lo cual ha constituido una anomalía en lo que ha venido siendo la costumbre del PSOE, desde que en 1977 Felipe González fuera candidato a la vez que secretario general. Así ocurrió también con Joaquín Almunia y con José Luis Rodríguez Zapatero. En las ocasiones en que el candidato socialista a presidente del Gobierno perdió ampliamente, no se produjo la dimisión del candidato, sino la del secretario general. Y lo hicieron no por haber sido candidatos, sino por asumir la responsabilidad de la derrota como secretario general del partido.

      La noticia en otros webs

      El secretario general y la ejecutiva son los que deben asumir la derrota electoral de los socialistas
      La actual dirección no puede organizar el congreso. Hay que crear una comisión gestora
      En esta ocasión, Alfredo Pérez Rubalcaba no puede dimitir de nada, porque nada es; era el candidato para las elecciones pasadas y ahora mismo es un militante más, cualificado, pero uno más de los miles que militan en el socialismo. Cuando se pierde, y más de la forma en que se ha perdido, alguien tiene que asumir la responsabilidad de la pérdida, pero de una manera efectiva y no solo acudiendo a la frase como un mero recurso dialéctico. Y ese alguien no puede ser otro que el secretario general y con él toda la Comisión Ejecutiva Federal que le ha acompañado en los años en que, desde el último congreso, se ha encargado de dirigir y diseñar la política de los socialistas españoles. Ya sabemos que la crisis ha sido la gran artífice de la derrota socialista, pero la crisis no dimite, sino que sigue ahí, a pesar de los esfuerzos que el Gobierno saliente ha realizado para detenerla y superarla. Si ella no dimite, alguien tiene que hacerlo.
      Los congresos del PSOE se celebran pero, antes que eso, se organizan, y no sería recomendable que quienes asuman la responsabilidad por el batacazo sean los encargados de convocar y organizar el evento que muchos socialistas llevan esperando desde hace meses, desde que el Comité Federal decidió articular la anomalía, nombrando un candidato diferente del natural, que no es otro que el máximo dirigente del partido. Si Zapatero hubiera sido el secretario general y candidato o Rubalcaba hubiera sido candidato y secretario general, no habría, en estos momentos, la menor duda de que la noche del 20-N el PSOE se hubiera encontrado con la derrota electoral y sin Comisión Ejecutiva por la dimisión, al igual que hizo Almunia, de quien hubiera encarnado lasdos responsabilidades y de quienes con él dirigen el partido.
      ¿Y qué ocurriría si así se produjeran esas dimisiones? El PSOE tiene previstas soluciones para situaciones como las que planteo; ya ocurrió cuando en el XXVIII Congreso, Felipe González no aceptó presentarse a la Secretaría General como consecuencia de la votación, que perdió, sobre la permanencia del marxismo en los documentos programáticos. El congreso decidió crear una comisión gestora que preparó el siguiente congreso. Igual ocurrió cuando dimitió Almunia. El objetivo por el que se crearon esas gestoras no fue otro que conseguir que un órgano de dirección, independiente y neutral, articulara un congreso donde se diera entrada a una nueva dirección que fuera capaz de representar, por una parte, las esencias de lo que siempre había sido el PSOE y, por otra, que pretendiera entroncar el socialismo español con la nueva sociedad que estaba surgiendo en España como consecuencia de la Transición. Esas experiencias deben servir para que, nuevamente y contando con la dimisión del secretario general y, consecuentemente, de toda la Comisión Ejecutiva, el Comité Federal del PSOE nombre una comisión gestora que se encargue de organizar el próximo congreso ordinario del PSOE. Esa comisión gestora deberá ser un fiel reflejo de las distintas sensibilidades que ahora mismo confluyen en el seno del PSOE y de las distintas experiencias vividas a lo largo de los más de 30 años de participación de los socialistas en la vida democrática española.
      La andadura de los últimos 11 años indica que el PSOE abandonó la línea de discusión, debate y contraste de pareceres que caracterizó a ese partido durante sus 132 años de existencia. El PSOE nunca fue un partido de unanimidades a la hora de articular las respuestas programáticas que exige una sociedad como la española. Ni en los tiempos donde el éxito electoral fue arrollador -pensemos en las elecciones del 82 y del 86- la unanimidad hizo acto de presencia en el seno del partido socialista. Un partido democrático, vivo, progresista y de izquierdas no puede jamás alcanzar las unanimidades que se han visto durante la etapa durante la que el PSOE ha sido dirigido por José Luis Rodríguez Zapatero. Es necesario recuperar el concepto de partido de debates, de mayorías y gubernamental. Conformarnos con el resultado obtenido en las últimas elecciones e ir a un congreso organizado por la misma dirección que nos ha conducido a esta situación, es arriesgarse a que el PSOE pierda esas características que lo hicieron indispensable en la vida política española, convirtiéndolo en un partido al estilo de lo que hoy es el PSOE en algunos territorios, es decir, en un partido que se conforma con ser y se consolida como el eterno opositor al partido que gobierna, donde los dirigentes siempre ocupan responsabilidades orgánicas e institucionales, alternándose en las mismas, sea cual sea el fruto de su gestión política e institucional.
      Una máxima de la democracia, y por lo tanto del PSOE, es que quien pierde paga. Remover a la dirección actual sin que se remuevan las direcciones regionales y provinciales en todos aquellos sitios donde la responsabilidad política les alcance por haber bajado significativamente los resultados electorales, no sería suficiente para la inmensa tarea que el PSOE tiene por delante. Es necesario que se despeje el horizonte, que se forme una comisión gestora con autoridad política y moral, que se remuevan las direcciones provinciales y regionales y que esa comisión gestora acometa la importantísima tarea de organizar un congreso donde todas las opiniones tengan su asiento y donde todos puedan trabajar en la elaboración de un texto programático que nos reconcilie a todos los militantes con el partido y que reconcilie a este con el conjunto de la sociedad. Ese congreso deberá culminar el debate de ideas, propuestas y proyectos, y deberá trabajar intensamente para que la dirección que resulte elegida no sea la consecuencia de intereses localistas, sino la representación de la diversidad que existe en el partido socialista. Aunar experiencia y juventud deberá ser la guía para que esa comisión gestora proponga una dirección al congreso que sea capaz de entender la nueva sociedad que se ha conformado en España. Será necesario acabar con el sistema de primarias para elegir a los dirigentes del partido; deberán ser los militantes, a través de los delegados al congreso federal, los que elijan a quiénes nos van a representar y dirigir en los próximos cuatro años. La comisión ejecutiva no debe ser el resultado de la voluntad del secretario general que, elegido en unas primarias, goza de todo el poder para hacer y deshacer a su antojo, sino el reflejo de las sensibilidades que existen en un partido como el socialista. Más de lo mismo sería un suicidio y lo nuevo por lo nuevo, una catástrofe.

      miércoles, 23 de noviembre de 2011

      Fallece Lynn Margulis

      BIOLOGÍA | Tenía 73 años

      Muere Lynn Margulis, defensora del papel de las bacterias en la evolución de la vida

      Lynn Margulis, en 2009, en una visita a Madrid. | Antonio M. Xoubanova
      Lynn Margulis, en 2009, en una visita a Madrid. | Antonio M. Xoubanova
      La bióloga norteamericana Lynn Margulis, autora de una teoría que otorga un importante papel a las bacterias en la evolución de la vida en la Tierra, la simbiogénesis, falleció ayer en su domicilio, en Massachusetts, tras sufrir el pasado jueves un ictus que no pudo superar. La noticia la ha confirmado su hijo, Dorion Sagan, a través de su página de Facebook, a través de la cual científicos de todo el mundo están dejando sus condolencias.
      Margulis, que tenía 73 años, ha sido una de las pocas investigadoras cuyos hallazgos figuran desde hace años en los libros de texto. Nacida en Boston y licenciada en Ciencias por la Universidad de Chicago, desde sus inicios se centró en la búsqueda del origen de la vida y cómo ésta se había hecho fuerte en el planeta.
      Su hipótesis más conocida, y también más polémica, afirma que la aparición de las células eucariotas, que son las que tienen un núcleo con sus material hereditario -un paso fundamental en la evolución de la vida-, se debió a la incorporación mediante simbiosis de varias células procariotas, que son las que no tienen ese núcleo celular diferenciado. Para Margulis, esta simbiogénesis ha sido y es la base de todas las novedades biológicas, una teoría que se opone al neodarwinismo, que defiende la selección natural.
      También fue una pertinaz defensora de la Teoría de Gaia, de James Lovelock, que considera al planeta como un organismo vivo en el que todo está interconectado,
      Era muy joven, sólo tenía 19 años, cuando se casó con el astrónomo Carl Sagan, con el que tuvo a su hijo Dorion, ahora también un conocido biólogo que sigue la estela científica de sus padres. Pero la fama del esposo, del que se terminaría separando, no le hizo sombra y Margulis se convirtió en uno de los miembros más jóvenes de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
      Hace un par de años, durante una visita a España, en unas jornadas convocadas por la Fundación Ramón Areces, la bióloga se quejaba de la falta de fondos para financiar sus investigaciones.

      martes, 15 de noviembre de 2011

      La caída de la eurozona

      Nouriel Roubini


      NUEVA YORK – La crisis de la eurozona parece a punto de alcanzar el clímax: Grecia está al borde de la cesación de pagos y de una salida deshonrosa de la unión monetaria, mientras que Italia está al borde de perder acceso a los mercados. Pero los problemas de la eurozona no terminan allí. Son problemas estructurales que afectan gravemente a por lo menos otras cuatro economías: Irlanda, Portugal, Chipre y España.
      Durante la última década, los países del grupo conocido como PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) fungieron como principales consumidores de la eurozona, al gastar una cifra superior a sus ingresos y mantener un déficit de cuenta corriente cada vez mayor. Entretanto, los del núcleo de la eurozona (Alemania, los Países Bajos, Austria y Francia) fungieron como principales productores, con gastos inferiores a los ingresos y un superávit de cuenta corriente cada vez mayor.
      Estos desequilibrios externos también se apoyaron en la fortaleza del euro desde 2002 y la divergencia de tipos de cambio reales y niveles de competitividad dentro de la eurozona. En Alemania y otros países del núcleo, el costo laboral unitario se redujo (porque los salarios crecieron menos que la productividad) y esto condujo a una depreciación en términos reales y a un aumento del superávit de cuenta corriente; mientras que en los PIIGS (y Chipre) ocurrió lo contrario y se produjo una apreciación en términos reales y un aumento del déficit de cuenta corriente. En Irlanda y España, el ahorro privado se derrumbó y la presencia de burbujas inmobiliarias impulsó el exceso de consumo, mientras que en Grecia, Portugal, Chipre e Italia, el factor que agravó los desequilibrios externos fue un déficit fiscal excesivo.
      La consiguiente acumulación de deuda privada y pública en los países deficitarios se volvió inmanejable cuando estallaron las burbujas inmobiliarias (en Irlanda y España) y en toda la periferia de la eurozona el déficit de cuenta corriente, el déficit fiscal o ambos se hicieron insostenibles. Además, el abultado déficit de cuenta corriente de los países periféricos, al estar impulsado por un exceso de consumo, fue acompañado por estancamiento económico y pérdida de competitividad.
      Entonces, ¿qué podemos hacer ahora?
      La mejor opción para recuperar el crecimiento y la competitividad en la periferia de la eurozona, mientras se emprenden las medidas de austeridad y las reformas estructurales necesarias, es la reflación simétrica. Esto supone una política monetaria considerablemente expansiva por parte del Banco Central Europeo; ayuda ilimitada en carácter de prestamista de última instancia a las economías con falta de liquidez pero potencialmente solventes; una rápida depreciación del euro, que convierta los déficit de cuenta corriente de la actualidad en superávit; y políticas de estímulo fiscal en los países del núcleo de la eurozona, si a los de la periferia se les impone austeridad.
      Por desgracia, Alemania y el BCE se oponen a esta opción, por temor a la perspectiva de un ligero aumento temporal de la inflación en los países del núcleo en comparación con los de la periferia.
      La medicina amarga que Alemania y el BCE quieren recetar a la periferia (que es la segunda opción) es deflación recesiva: austeridad fiscal, reformas estructurales que impulsen un crecimiento de la productividad y reduzcan el costo laboral unitario y depreciación en términos reales por medio del ajuste de precios, en vez del ajuste de tipo de cambio nominal.
      Pero esta opción traería muchos problemas. Si bien la austeridad fiscal es necesaria, implica una profundización de la recesión en el corto plazo. Lo mismo puede decirse de las reformas estructurales, porque obligarán a despedir trabajadores, cerrar las empresas deficitarias y reubicar gradualmente mano de obra y capital hacia nuevas industrias emergentes. De modo que para prevenir una espiral recesiva en aumento, la periferia necesita aliviar su déficit externo por medio de una depreciación real. Pero aunque los precios y los salarios cayeran un 30% en los próximos años (algo que sería casi con certeza insostenible en términos sociales y políticos), el valor real de la deuda aumentaría acusadamente y se agravaría la insolvencia de los Estados y de los deudores privados.
      En resumen, la periferia de la eurozona se enfrenta a la paradoja de la frugalidad: un gran aumento del ahorro con excesiva rapidez conduce a más recesión y hace todavía más difícil de sostener la carga de la deuda. Y esa paradoja ya está afectando también al núcleo de la eurozona.
      Si los países periféricos quedan atrapados en una trampa deflacionaria de elevado endeudamiento, caída de la producción, pérdida de competitividad y déficit externo estructural, en algún momento encontrarán atractiva la tercera opción: cesación de pagos y abandono de la eurozona. De ese modo, podrían revitalizar el crecimiento económico y la competitividad por medio de una depreciación de sus nuevas monedas nacionales.
      Por supuesto, una ruptura caótica de la eurozona provocaría un cimbronazo similar al de la caída de Lehman Brothers en 2008, o tal vez peor. Para evitarlo, las economías del núcleo de la eurozona tendrían que recurrir a la cuarta y última opción: sobornar a la periferia para que se quede en un estado de crecimiento lento con poca competitividad. Esto obligaría a aceptar grandes quitas de deuda pública y privada, y a transferir enormes sumas de dinero para impulsar los ingresos de la eurozona mientras su producción siga estancada.
      Es lo que en cierto modo viene haciendo Italia hace ya décadas: usar la ayuda de las regiones septentrionales del país para subsidiar al Mezzogiornocomparativamente más pobre. Pero un mecanismo de transferencia fiscal permanente de ese estilo es políticamente imposible en la eurozona, donde los alemanes son alemanes y los griegos son griegos.
      Otra consecuencia de lo que antecede es que Alemania y el BCE no tienen tanto poder como parecen creer. A menos que renuncien al ajuste asimétrico (deflación recesiva), que concentra todo el sufrimiento en la periferia, y busquen una solución más simétrica (austeridad y reformas estructurales en la periferia, combinadas con reflación en el conjunto de la eurozona), el derrumbe incipiente de la unión monetaria se acelerará, conforme los países periféricos vayan cayendo en cesación de pagos y abandonen la moneda común.
      Los caóticos episodios ocurridos recientemente en Grecia e Italia pueden ser el primer paso del proceso. Está claro que la eurozona ya no puede seguir tirando para adelante, como vino haciendo hasta ahora. A menos que la región avance hacia una mayor integración económica, fiscal y política (siguiendo una hoja de ruta que sea compatible con la recuperación a corto plazo del crecimiento, la competitividad y la capacidad de financiamiento, elementos sin los cuales es imposible resolver el problema del endeudamiento insostenible y reducir los déficit externos y fiscales crónicos), es indudable que la deflación recesiva conducirá a una ruptura caótica.
      Italia es demasiado grande para quebrar y demasiado grande para un rescate, y ya está cerca del punto sin retorno; el final de juego para la eurozona ha comenzado. El primer paso será una sucesión de reestructuraciones de deuda obligadas, y luego, abandonos de la unión monetaria que, en algún momento, llevarán a la desintegración de la eurozona.
      Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics, profesor de economía en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor de Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino, Barcelona, 2010; traducción de Eva Robledillo y Betty Trabal].

      lunes, 14 de noviembre de 2011

      La globalización de la protesta

      Joseph E. Stiglitz


      NUEVA YORK – El movimiento de protesta que nació en enero en Túnez, para luego extenderse a Egipto y de allí a España, ya es global: la marea de protestas llegó a Wall Street y a diversas ciudades de Estados Unidos. La globalización y la tecnología moderna ahora permiten a los movimientos sociales trascender las fronteras tan velozmente como las ideas. Y la protesta social halló en todas partes terreno fértil: hay una sensación de que el “sistema” fracasó, sumada a la convicción de que, incluso en una democracia, el proceso electoral no resuelve las cosas, o por lo menos, no las resuelve si no hay de por medio una fuerte presión en las calles.
      En mayo visité el escenario de las protestas tunecinas; en julio, hablé con los indignados españoles; de allí partí para reunirme con los jóvenes revolucionarios egipcios en la plaza Tahrir de El Cairo; y hace unas pocas semanas, conversé en Nueva York con los manifestantes del movimiento Ocupar Wall Street. Hay una misma idea que se repite en todos los casos, y que el movimiento OWS expresa en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”.
      Este eslogan remite al título de un artículo que publiqué hace poco. El artículo se titula “Del 1%, por el 1% y para el 1%”, y en él describo el enorme aumento de la desigualdad en los Estados Unidos: el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza y recibe más del 20% de los ingresos. Y los miembros de este selecto estrato no siempre reciben estas generosas gratificaciones porque hayan contribuido más a la sociedad (esta justificación de la desigualdad quedó totalmente vaciada de sentido a la vista de las bonificaciones y de los rescates); sino que a menudo las reciben porque, hablando mal y pronto, son exitosos (y en ocasiones corruptos) buscadores de rentas.
      No voy a negar que dentro de ese 1% hay algunas personas que dieron mucho de sí. De hecho, los beneficios sociales de muchas innovaciones reales(por contraposición a los novedosos “productos” financieros que terminaron provocando un desastre en la economía mundial) suelen superar con creces lo que reciben por ellas sus creadores.
      Pero, en todo el mundo, la influencia política y las prácticas anticompetitivas (que a menudo se sostienen gracias a la política) fueron un factor central del aumento de la desigualdad económica. Una tendencia reforzada por sistemas tributarios en los que un multimillonario como Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria (como porcentaje de sus respectivos ingresos) o donde los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.
      Se han publicado en estos últimos años diversas investigaciones que muestran lo importantes que son las ideas de justicia y lo arraigadas que están en las personas. Los manifestantes de España y de otros países tienen derecho a estar indignados: tenemos un sistema donde a los banqueros se los rescató, y a sus víctimas se las abandonó para que se las arreglen como puedan. Para peor, los banqueros están otra vez en sus escritorios, ganando bonificaciones que superan lo que la mayoría de los trabajadores esperan ganar en toda una vida, mientras que muchos jóvenes que estudiaron con esfuerzo y respetaron todas las reglas ahora están sin perspectivas de encontrar un empleo gratificante.
      El aumento de la desigualdad es producto de una espiral viciosa: los ricos rentistas usan su riqueza para impulsar leyes que protegen y aumentan su riqueza (y su influencia). En la famosa sentencia del caso Citizens United, la Corte Suprema de los Estados Unidos dio a las corporaciones rienda suelta para influir con su dinero en el rumbo de la política. Pero mientras los ricos pueden usar sus fortunas para hacer oír sus opiniones, en la protesta callejera la policía no me dejó usar un megáfono para dirigirme a los manifestantes del OWS.
      A nadie se le escapó este contraste: por un lado, una democracia hiperregulada, por el otro, la banca desregulada. Pero los manifestantes son ingeniosos: para que todos pudieran oírme, la multitud repetía lo que yo decía; y para no interrumpir con aplausos este “diálogo”, expresaban su acuerdo haciendo gestos elocuentes con las manos.
      Tienen razón los manifestantes cuando dicen que algo está mal en nuestro “sistema”. En todas partes del mundo tenemos recursos subutilizados (personas que desean trabajar, máquinas ociosas, edificios vacíos) y enormes necesidades insatisfechas: combatir la pobreza, fomentar el desarrollo, readaptar la economía para enfrentar el calentamiento global (y esta lista es incompleta). En los Estados Unidos, en los últimos años se ejecutaron más de siete millones de hipotecas, y ahora tenemos hogares vacíos y personas sin hogar.
      Una crítica que se les hace a los manifestantes es que no tienen un programa. Pero eso supone olvidar cuál es el sentido de los movimientos de protesta. Son ellos una expresión de frustración con el proceso electoral. Son una alarma.
      Las protestas globalifóbicas de 1999 en Seattle, en lo que estaba previsto como la inauguración de una nueva ronda de conversaciones comerciales, llamaron la atención sobre las fallas de la globalización y de las instituciones y los acuerdos internacionales que la gobiernan. Cuando los medios de prensa examinaron los reclamos de los manifestantes, vieron que contenían mucho más que una pizca de verdad. Las negociaciones comerciales subsiguientes fueron diferentes (al menos en principio, se dio por sentado que serían una ronda de desarrollo y que buscarían compensar algunas de las deficiencias señaladas por los manifestantes) y el Fondo Monetario Internacional encaró después de eso algunas reformas significativas.
      Es similar a lo que ocurrió en la década de 1960, cuando en Estados Unidos los manifestantes por los derechos civiles llamaron la atención sobre un racismo omnipresente e institucionalizado en la sociedad estadounidense. Aunque todavía no nos hemos librado de esa herencia, la elección del presidente Barack Obama muestra hasta qué punto esas protestas fueron capaces de cambiar a los Estados Unidos.
      En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas. Sus esperanzas son evolucionarias, no revolucionarias. Pero en un nivel más amplio, están pidiendo mucho: una democracia donde lo que importe sean las personas en vez del dinero, y un mercado que cumpla con lo que se espera de él.
      Ambos objetivos están vinculados: ya hemos visto cómo la desregulación de los mercados lleva a crisis económicas y políticas. Los mercados solo funcionan como es debido cuando lo hacen dentro de un marco adecuado de regulaciones públicas; y ese marco solamente puede construirse en una democracia que refleje los intereses de todos, no los intereses del 1%. El mejor gobierno que el dinero puede comprar ya no es suficiente.
      Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía y autor del libro Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.

      domingo, 6 de noviembre de 2011

      La inoperancia del G-20

      Juan Francisco Martín-Seco
      Una vez más se reúne el G-20, y una vez más se demuestra la inutilidad en la práctica de tales convocatorias. Desde que estalló la crisis, este foro informal viene congregándose con pretensiones de ser el gobierno mundial, pero lo único que demuestra en todas las ocasiones es la enorme brecha que se produce entre unos mercados globalizados y un poder político fraccionado e incluso con fuertes enfrentamientos internos.
      A lo largo de estos tres años, no se ha dado un solo paso para resolver los problemas que, al menos, parecían identificados. Aquella refundación del capitalismo de la que hablaba Sarkozy se ha concretado en una vuelta a los principios del capitalismo más salvaje. Los sistemas financieros continúan sin ser reformados, y permanecen las operaciones de alto riesgo y los derivados. Los mercados se mantienen principalmente como casinos y no como centros de inversión. Las remuneraciones de los altos ejecutivos siguen siendo escandalosas. A pesar de que el G-20 había decretado de manera pomposa por boca del presidente francés la extinción de los paraísos fiscales,estos gozan de buena salud y no parece haber voluntad alguna de ponerles cerco. Las agencias de calificación -en cierta medida, culpables de la crisis- conservan su preeminente papel y dictaminan, deciden y mandan más que los gobiernos.
      Entre los distintos participantes del G-20 existen fuertes discrepancias en aspectos fundamentales, que hacen imposible la toma de decisiones, al menos con la premura que se precisa para dar respuesta a un mundo financiero globalizado. EE UU y Gran Bretaña no quieren oír hablar de la tasa sobre las transferencias financieras que proponen Alemania y Francia. Bien es verdad que estos países la conciben más como un mecanismo recaudatorio que como un instrumento para controlar la libre circulación de capitales y evitar las operaciones especulativas en los mercados financieros, objetivo, por otra parte, totalmente necesario.
      Las discrepancias aparecen con toda su crudeza a la hora de pronunciarse sobre el tipo de política económica que debe aplicarse. Europa, guiada y obligada por Alemania, se inclina por la austeridad, que es contemplada al otro lado del Atlántico y por los países emergentes, tales como China, India y Brasil, con reticencias, al responsabilizarla en gran medida de la parálisis y de la involución que está sufriendo la economía internacional. Este reproche tiene su parte de verdad, puesto que es muy posible que se estén cometiendo los mismos errores que en los años treinta del siglo pasado.
      El tema resulta evidente cuando se aplica a la política practicada por el BCE. Hasta la OCDE reclamaba el otro día, y con los ojos fijos en el G-20, que los bancos centrales bajasen los tipos de interés, recomendación que tan solo podía ir dirigida al BCE, porque el Banco de la Reserva Federal de EE UU o el mismo banco de Inglaterra es imposible que puedan reducir aún más las tasas de interés. El BCE, por el contrario, ha tenido una política radicalmente equivocada. Lo demostró en agosto de 2008, subiendo los tipos de interés cuando la economía mundial se orientaba ya a la recesión y así está sucediendo en los momentos actuales en los que ha vuelto a subir los tipos de interés cuando precisamente se hacían notar los síntomas de una desaceleración económica.
      Ahora que Trichet deja la presidencia, tanto él como sus acólitos se escudan detrás del argumento de que el único mandato que tiene el BCE es la estabilidad de precios y que ese objetivo lo han cumplido. Es cierto que esta institución nace con graves pecados originales, entre ellos el de limitar su función al control de la inflación, pero ello no puede servir de pretexto para desentenderse del crecimiento. Si de lo único que se trata es de mantener estables los precios sin importar el coste que haya que pagar por ello, sobra el BCE y todos sus expertos con los muchos millones de euros que nos cuesta. Lo difícil, y por lo tanto donde radica la cuestión, es contener la inflación dentro de unos márgenes razonables sin ahogar el crecimiento y el empleo.
      Europa tampoco está muy acertada en cuestiones de política fiscal. El puritanismo de Merkel se está imponiendo, con lo que los países miembros se encierran en un círculo infernal. Para corregir el déficit se les fuerza a ajustes, en muchos casos brutales, que les condenan al estancamiento económico, pero ese mismo estancamiento incide negativamente sobre el déficit. La expresión más clara de esta contradicción se encuentra en la referencia sobre España contenida en el documento elaborado en la última cumbre. Por una parte, se le exige que continúe con los ajustes y, por otra, se le reclama que introduzca estímulos en la economía para asegurar el crecimiento y corregir el paro. Vamos, cuadrar el círculo.
      Los mandatarios europeos han querido llegar a la reunión del G-20 en Cannes con las tareas hechas, tal como se suele decir pedantemente en la actualidad. Es por ello por lo que deprisa y corriendo la semana pasada quisieron dar la imagen de que se tomaban acuerdos fundamentales. Lo cierto es que la mayoría de ellos han quedado sin cerrar, en especial lo referente al Fondo de estabilidad financiera, y que incluso hay peligro de que se potencie la ingeniería financiera y se creen de nuevo activos tóxicos. Todo ello parte de un único hecho, la negativa de Alemania a que el BCE funcione como un verdadero banco central. Para evitarlo, se montan edificios complejísimos y alambicados, llenos de contradicciones. La falta de concreción y las incertidumbres se han incrementado de forma notable desde el momento en que Grecia ha anunciado el referéndum sobre el segundo plan de rescate.
      Así y todo, Van Rompuy y Barroso, sacando pecho, escribían antes de la cumbre una carta dirigida al G-20, en la que anunciaban que Europa cumpliría sus deberes, al tiempo que pretendían poner la pelota en el campo contrario, al señalar que se mantienen muchos de los desequilibrios macroeconómicos anteriores a la crisis y que están en su origen. Sin citarlos expresamente se referían a China y a otros países que mantienen tipos de cambio devaluados. Curiosamente los dos presidentes (de la Comisión y del Consejo) han puesto el dedo en la llaga porque, mientras se mantengan fuertes desequilibrios en las balanzas de pagos (el superávit chino y el déficit de EE UU) y no se permita que los tipos de cambio realicen el ajuste, será muy difícil que la economía mundial salga del estancamiento.
      Barroso y Van Rompuy tienen razón, pero no ven la viga en el propio, porque esos desequilibrios que denuncian de China y de EE UU se producen también en Europa con la Unión Monetaria, con la diferencia de que aquellos pueden corregirse; los de la Eurozona, sin embargo, no, sin romper la moneda única.
      Publicado en República

      Discurso de la presidente Cristina Kirchner, dice verdades como puños, merece la pena oirlo:

      jueves, 3 de noviembre de 2011

      El pensamiento "mágico" de Milton Friedman

      Dani Rodrik

      CAMBRIDGE – El próximo año será el centésimo aniversario del nacimiento de Milton Friedman. Friedman fue uno de los principales economistas del siglo XX, galardonado con el Premio Nobel que hizo notables contribuciones a la política monetaria y a la teoría del consumo. Sin embargo, será recordado sobre todo como el visionario que ofreció el motor intelectual a los entusiastas del libre mercado durante la segunda mitad del siglo, y como la eminencia gris detrás del cambio espectacular en las políticas económicas emprendidas después de 1980.
      En un momento en que el escepticismo en los mercados es galopante, Friedman explicó en un lenguaje claro y accesible que la empresa privada es el fundamento de la prosperidad económica. Todas las economías exitosas están basadas en el ahorro, el trabajo duro y la iniciativa individual. Se oponía a la regulación gubernamental que obstaculizaba la iniciativa empresarial y limitaba los mercados. Lo que Adam Smith fue para el siglo XVIII, Milton Friedman lo fue para el siglo XX.
      Mientras se transmitía la histórica serie televisiva de Friedman “Free to Choose” en 1980, la economía mundial atravesaba una singular transformación. Inspirados por las ideas de Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y muchos otros dirigentes gubernamentales empezaron a eliminar las restricciones y regulaciones del gobierno que se habían establecido a lo largo de las décadas precedentes.
      China se apartó de la planificación centralizada y permitió que florecieran los mercados –primero de los productos agrícolas y, finalmente, de los productos industriales. América Latina redujo drásticamente sus barreras comerciales y privatizó sus empresas estatales. Cuando cayó el Muro de Berlín en 1990, no había ninguna duda de que dirección tomarían las antiguas economías controladas: la del libre mercado.
      Sin embargo, Friedman también dejo un legado menos feliz. En su entusiasmo por promover el poder de los mercados, trazó una línea muy clara entre el mercado y el Estado. En efecto, presentó al gobierno como el enemigo del mercado. Por consiguiente, nos impidió ver la clara realidad de que las economías exitosas son, de hecho, mixtas. Por desgracia, esa ceguera sigue afectando a la economía mundial en el periodo posterior a una crisis financiera que se originó, en gran parte, porque se permitió que los mercados financieros funcionaran libremente.
      La visión de Friedman subestima en gran medida los requisitos institucionales de los mercados. Simplemente dejemos que el gobierno haga cumplir los derechos de propiedad y los contratos y ¡presto!, los mercados pueden operar su magia. De hecho, el tipo de mercados que necesitan las economías modernas no se crean, regulan, estabilizan y legitiman a sí mismos. Los gobiernos deben invertir en redes de comunicación y transportes; contrarrestar la asimetría de la información, las externalidades, y un poder de negociación desigual; moderar los pánicos financieros y las recesiones; y dar respuesta a las demandas populares de redes de seguridad y prestaciones sociales.
      Los mercados son la esencia de la economía de mercado en el mismo sentido que los limones son la base de la limonada. El jugo de limón solo no se puede beber. Para hacer una buena limonada se necesita mezclarlo con agua y azúcar. Por supuesto, que si pone mucha agua en la preparación se arruina la limonada así como mucha intervención gubernamental puede hacer disfuncionales a los mercados. La clave no es descartar el agua y el azúcar, sino agregar las medidas correctas. Friedman puso como ejemplo de una sociedad de libre mercado a Hong Kong, sigue siendo la excepción de la regla de la economía mixta –e incluso ahí el gobierno ha tenido un papel significativo al ofrecer suelo para las viviendas.
      La imagen que la mayoría de las personas conservará de Friedman es la del profesor sonriente, diminuto y honesto que sostenía un lápiz frente a las cámaras en el programa “Free to Choose” para ilustrar el poder de los mercados. Miles de personas en todo el mundo fabricaron este lápiz, decía Friedman –para extraer el grafito, cortar la madera, ensamblar los componentes y comercializar el producto final. Ningún organismo central coordinó sus acciones; esa hazaña la lograron gracias a la magia del libre mercado y el sistema de precios.
      Después de más treinta años la historia del lápiz tiene una conclusión interesante (que de hecho se basó en un artículo del economista Leonard E. Read). Ahora, la mayoría de los lápices del mundo se producen en China –una economía que es una mezcla peculiar de iniciativa privada empresarial y dirección del Estado.)
      Si Friedman viviera se preguntaría cómo es que China ha llegado a dominar la industria del lápiz como ha hecho con tantas otras. Hay mejores fuentes de grafito en México y en Corea del Sur. Las reservas forestales son más abundantes en Indonesia y Brasil. Alemania y los Estados Unidos tienen mejor tecnología. China tiene una enorme cantidad de mano de obra barata, pero también Bangladesh, Etiopia y muchos otros países populosos de bajos ingresos.
      Sin duda, casi todo el mérito le pertenece a la iniciativa y trabajo duro de los empresarios y trabajadores chinos. Sin embargo, ahora la historia del lápiz estaría incompleta si no se cita las empresas estatales chinas, que hicieron las inversiones iniciales en tecnología y capacitación laboral; las políticas flexibles de gestión forestal, que mantuvieron la madera a precios artificialmente asequibles; los generosos subsidios a la exportación; y la intervención del gobierno en los mercados de divisas, que ofrece a los productores chinos una ventaja de costos significativa. El gobierno chino ha subsidiado, protegido y estimulado a sus compañías para garantizar una rápida industrialización, alterando así la división global del trabajo a su favor.
      El propio Friedman hubiera deplorado estas políticas gubernamentales. Con todo, los miles de trabajadores empleados en las fábricas chinas probablemente hubieran seguido siendo agricultores pobres si el gobierno no hubiera dado un empujón a las fuerzas del mercado para que despegara la industria. Dado el éxito económico de China, es difícil negar la contribución de las políticas de industrialización del gobierno.
      El lugar en la historia del pensamiento económico de los entusiastas del libre mercado se mantendrá seguro. Sin embargo, los pensadores como Friedman dejan un legado desconcertante y ambiguo porque son los intervencionistas los que han tenido éxito en la historia económica, donde realmente importa.
      Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional de la Universidad de Harvard, es autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy.