viernes, 28 de octubre de 2011

Juan María Bandrés: un gran político vasco

Ainhoa AROZAMENA AYALA (Auñamendi)
Político y abogado guipuzcoano nacido en San Sebastián el 12 de febrero de 1932 y fallecido el 28 de octubre de 2011. Estudió en Oviedo y Valladolid licenciándose en Santiago en 1955. Ejerce la abogacía desde 1956.
De pensamiento católico muy cercano al clero nacionalista vasco, colaboró desde 1963 en la revista Cuadernos para el Diálogo de la que fue redactor. Como abogado intervino, entre otros casos, en el célebre proceso de Burgos de diciembre de 1970, y en el de agosto de 1975 defendiendo a Garmendia. Véase EUSKADI TA ASKATASUNA. Intervino igualmente como defensor en numerosos consejos de guerra. Fue deportado a Purchena, en el valle de Almanzora (Almería), durante uno de los estados de excepción del régimen franquista.
Al producirse las primeras elecciones postfranquistas en España fue elegido senador por Gipuzkoa -por Euskadiko Ezkerra- a las Cortes Constituyentes el 15 de junio de 1977. Negoció con Rosón -primero, y Barrionuevo, después- la vuelta de los exiliados y la salida de prisión de los presos políticos. Luego fue diputado por Gipuzkoa en la I legislatura (1979-1982) y titular de la Consejería de Transportes y Comunicaciones, al constituirse en 1978 el preautonómico Consejo General Vasco, funciones a las que fue nuevamente llamado en 1979.
Fue otra vez diputado durante la II (1982-1986) y III legislaturas (1986-1989) y, en 1982, designado Presidente de Euskadiko Ezkerra que pasó a ser un partido político.
A comienzos de los 90 impulsó el movimiento de convergencia mediante el cual en 1993 E.E. y el P.S.E.-P.S.O.E. se fusionaron en la C.A.V. porque "era absurdo mantener en Euskadi dos socialismos democráticos" aunque ello no fue óbice para que luego se mostrara muy crítico con la política del P.S.O.E., el fracaso de la "síntesis entre lo socialista y lo vasco" y la corrupción.
Presidió desde 1993 la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Ha sido miembro de la Comisión Internacional de Juristas, cuya delegación desempeñó en Euskadi, de Amnesty International y de la Liga Internacional de los Derechos de los Pueblos, de la Asociación Europea de la Defensa y está vinculado a la Comisión Internacional de Juristas de Ginebra.
En el otoño de 1994 decidió abandonar su partido y la política en general. Algo más tarde fue presa de una penosa enfermedad que le impidió comunicarse y mantener cualquier tipo de vida pública. Durante casi una década se hizo un silencio sobre su persona, roto, a comienzos del siglo XXI cuando el Gobierno Vasco le entregó, el 14 de mayo de 2003, el premio de Justicia Manuel de Irujo. El 10 de diciembre de 2004, los líderes de la mayoría de los partidos le rindieron en Donostia-San Sebastián un homenaje - la medalla del Centenario de la Ciudad otorgada por el ayuntamiento- como inexcusable "referente político" de la nueva democracia y "un referente cívico en la lucha por las libertades", premio que recogieron Pepa Bengoetxea, su esposa, y sus hijos, Jon y Olivia. El delegado del Frente Polisario en Europa, Mohamed Sidati, recordó que fue "el primer diputado que viajó a los campamentos de refugiados del Sáhara". El hijo del abogado mostró un agradecimiento especial para Jaime Mayor, de quien dijo que "fue quien garantizó la seguridad de mi padre cuando fue amenazado por ETA".

martes, 25 de octubre de 2011

Europa y su apuesta de alto riesgo

Martin Feldstein

2011-09-27

CAMBRIDGE.– El gobierno griego debe escapar de una situación por otra parte imposible. Tiene un nivel de deuda pública inmanejable (150% de su PBI, y aumentó este año diez puntos porcentuales), una economía que está colapsando (su PBI cayó más del 7% este año, impulsando al desempleo hasta el 16%), un déficit crónico del balance de pagos (actualmente del 8% del PBI) y bancos insolventes que rápidamente pierden depósitos.
La única salida que le queda a Grecia es el incumplimiento de su deuda soberana. Cuando lo haga, deberá depreciar el capital de esa deuda al menos el 50%. El plan en curso para reducir un 20% el valor actual de los bonos en manos privadas es solo un pequeño paso en esta dirección.
Si Grecia abandona el euro luego de la cesación de pagos podrá devaluar su nueva moneda y así estimular la demanda para generar un eventual superávit comercial. Esa estrategia de «incumplir y devaluar» ha constituido la norma en otros países que enfrentaron deudas públicas inmanejables y déficit crónicos en la cuenta corriente. No ha ocurrido en Grecia solo porque está atrapada en la moneda única.
Los mercados saben perfectamente que Grecia, siendo insolvente, eventualmente cesará sus pagos. Por eso la tasa de interés sobre los bonos gubernamentales griegos a tres años recientemente se disparó más allá del 100% y el rendimiento de los bonos a diez años es del 22%, lo que implica que €100 de capital a pagar en diez años valen hoy menos de €14.
¿Por qué, entonces, los líderes políticos en Francia y Alemania intentan con tanto ahínco evitar –o, más precisamente, posponer– lo inevitable? Hay dos motivos.
En primer lugar, los bancos y otras instituciones financieras en Alemania y Francia están fuertemente expuestos a la deuda del gobierno griego, tanto en forma directa como a través del crédito que han otorgado a los bancos griegos y de otros países de la eurozona. Posponer una cesación de pagos implica ganar tiempo para que las instituciones financieras francesas y alemanas aumenten su capital, reduzcan su exposición a los bancos griegos mediante la no renovación del crédito a su vencimiento, y vendan los bonos griegos al Banco Central Europeo.
La segunda razón, y la más importante de los esfuerzos franco-germanos para posponer un incumplimiento griego, es que eso induciría cesaciones de pagos en otros países y corridas bancarias en otros sistemas, especialmente los de España e Italia. Este riesgo fue destacado por la reciente disminución en la calificación de la deuda italiana por Standard & Poor’s.
Una cesación de pagos por cualquiera de esos dos grandes países tendría implicaciones desastrosas para los bancos y otras instituciones financieras en Francia y Alemania. El Fondo Europeo para la Estabilidad Financiera es lo suficientemente grande para cubrir las necesidades financieras griegas, pero no para financiar a Italia y España si pierden el acceso a los mercados privados. Por lo tanto, los políticos europeos esperan que, mostrando que incluso Grecia puede evitar la cesación de pagos, los mercados privados recuperarán suficiente confianza sobre la viabilidad italiana y española para prestar a esos gobiernos a tasas razonables y financiar sus bancos.
Si se permite que Grecia entre en cesación de pagos en las próximas semanas, los mercados financieros considerarán el incumplimiento en España e Italia como algo mucho más probable. Eso podría llevar a una suba en sus tasas de interés y a que sus deudas nacionales aumenten rápidamente, tornándolos verdaderamente insolventes. Posponiendo el incumplimiento griego por dos años, los políticos europeos esperan dar tiempo a España e Italia para demostrar su viabilidad financiera.
Dos años podrían permitir a los mercados evaluar si los bancos españoles pueden resistir la caída de los precios de los bienes raíces locales, o si las cesaciones de pagos de las hipotecas derivarán en caídas bancarias extendidas, que exigirán al gobierno español el financiamiento de grandes garantías de depósitos. Los dos próximos años también revelarían la situación financiera de los gobiernos regionales españoles, que han contraído deudas garantizadas, en última instancia, por el gobierno central.
De igual manera, dos años podrían dar tiempo suficiente a Italia para demostrar que puede lograr un presupuesto equilibrado. El gobierno de Berlusconi recientemente aprobó una ley presupuestaria para aumentar los ingresos por impuestos y lograr un presupuesto equilibrado en 2013. Eso será difícil de lograr, ya que la presión fiscal reducirá el PIB italiano, que ahora apenas crece, y eso a su vez impactará negativamente sobre la recaudación. Así que, en dos años, podemos esperar un debate sobre si se ha logrado el equilibrio presupuestario considerando los ajustes cíclicos. Esos dos años también indicarán si los bancos italianos están en una situación mejor de la que muchos hoy temen.
Si España e Italia parecen lo suficientemente sólidas luego de dos años, los líderes políticos europeos podrán permitir a Grecia la cesación de pagos sin temer un peligroso contagio. Portugal puede seguir a Grecia en el incumplimiento de su deuda soberana y el abandono de la zona del euro. Pero los países más grandes podrán financiarse a tasas de interés razonables, y el sistema actual de la eurozona podría continuar.
Si, sin embargo, España o Italia no persuaden a los países en los próximos dos años sobre su solidez financiera, las tasas de interés para sus gobiernos y bancos aumentarán rápidamente, y su insolvencia será patente. En ese caso, entrarán en cesación de pagos. También les resultará imposible, al menos en forma temporal, tomar créditos, y se verán fuertemente tentados a dejar la moneda única.
Pero existe un peligro más inmediato y mayor: Incluso si España e Italia son fundamentalmente sólidas, es posible que no contemos con dos años para descubrirlo. El nivel de las tasas de interés griegas demuestra que los mercados creen que Grecia incumplirá muy pronto. E incluso antes de que ocurra la cesación de pagos, las tasas de interés sobre la deuda española o italiana podrían aumentar fuertemente, situando a esos países en una ruta financiera imposible de transitar. Es posible que los políticos de la zona del euro tengan que aprender la dura lección de que intentar engañar a los mercados es una estrategia peligrosa.
Martin Feldstein, profesor de Economía en Harvard, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Ronald Reagan, y presidente de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas.

sábado, 22 de octubre de 2011

¿Quién le teme al cuco del estímulo fiscal?

Jomo Kwame Sundaram

2011-10-20

NUEVA YORK – Después del desastre económico de 2008-2009, es comprensible que la gente esté preocupada por la devastación que podría producirse en caso de que haya una segunda crisis financiera. Pero la probabilidad de que eso ocurra es bastante pequeña, y si lo hiciera, esta vez los efectos serían mucho menos catastróficos, ya que ahora no hay enormes burbujas especulativas o crediticias que puedan estallar.
Eso no impide que tanto algunos expertos como los medios de prensa estén exagerando esos temores y distrayendo así la atención de otros esfuerzos mayores en pos de evitar un estancamiento prolongado en gran parte del mundo desarrollado; estancamiento que obstaculizará inevitablemente la recuperación económica en el resto del mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo.
El “cuco” favorito del momento es la deuda pública. Se está armando un enorme alboroto sobre los altos niveles de deuda soberana en ambos lados del Atlántico y en Japón, pero como señala el comentarista en temas económicos Martin Wolf, “El problema fiscal está en el largo plazo, no en lo inmediato”. Además, si bien Japón tiene la relación deuda/PIB más alta de todos los países ricos, no es un problema grave, porque la deuda está en poder de inversores locales. Y en cuanto a Europa, ya es ampliamente aceptado que sus problemas crediticios se deben a aspectos de la integración europea que no se pensaron suficientemente bien.
Hasta ahora, la comunidad internacional no ha conseguido encontrar arreglos eficaces y equitativos para la reestructuración de las deudas soberanas, a pesar de las consecuencias claramente problemáticas e inhabilitantes de las crisis de deuda pública del pasado. Esto impide aplicar medidas de alivio oportunas para los problemas de endeudamiento y pone trabas a la recuperación.
Los altos niveles de deuda pública también se emplean en muchos países desarrollados como argumento para justificar una mayor austeridad fiscal. Pero en vez de ayudar, este ímpetu en recortar presupuestos está revirtiendo los esfuerzos de recuperación anteriores. En un momento en que la demanda del sector privado todavía es débil, la austeridad no sirve para acelerar la recuperación, sino que la frena, y de hecho ya produjo una reducción del crecimiento y del empleo. Y aunque los mercados financieros insistan en reducir el déficit, la reciente desvalorización de acciones y bonos (que es reflejo de una falta de confianza) sugiere que los mercados también son conscientes de lo perjudicial que es llevar a cabo una consolidación fiscal en épocas de insuficiencia de la demanda privada.
Quienes se oponen a las políticas de estímulo fiscal aducen, cínicamente, que cualquier iniciativa similar está destinada al fracaso, y para demostrarlo presentan como prueba... ¡los recortes impositivos aplicados por el ex presidente de los Estados Unidos, George W. Bush! Otros señalan que los intentos de la Reserva Federal de los Estados Unidos de lograr un “alivio cuantitativo” no han tenido demasiado resultado. Se dice ahora que los “estabilizadores automáticos” de Europa (que sin duda mitigan el impacto de la crisis) alcanzarán para garantizar la recuperación, a pesar de que existen pruebas concluyentes en sentido contrario.
Un crecimiento más lento implica caída de los ingresos y una aceleración de la espiral descendente. El déficit actual de la mayoría de los países desarrollados refleja la reciente merma de la recaudación impositiva que siguió a la disminución del crecimiento, así como el alto costo de los paquetes de rescate destinados al sector financiero. Y sin embargo, no son pocos los políticos que insisten en que hay que tomar medidas inmediatas para corregir no solamente el déficit fiscal, sino también los desequilibrios comerciales y la vulnerabilidad de los estados contables de los bancos. Pero aunque es indudable que en algún momento habrá que encarar estos problemas, si se los pone como prioridad ahora lo único que se logrará es obstaculizar cualquier intento de lograr una recuperación más firme y sostenida.
Aplicar políticas públicas equivocadas puede inducir una recesión. Esto fue lo que ocurrió en 1980‑1981, cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos subió el tipo de interés real con la intención manifiesta de acabar con la inflación, pero al mismo tiempo indujo una desaceleración económica internacional. Esta recesión no solamente impulsó crisis fiscales y de deuda soberana, sino que produjo un prolongado estancamiento fuera de Extremo Oriente que hundió a América Latina en una “década perdida” y a África en un “cuarto de siglo de retroceso”.
Otra distracción consiste en exagerar la amenaza de la inflación. Las tasas de inflación que muchos países han padecido en tiempos recientes se deben a un encarecimiento de los commodities, especialmente los combustibles y los alimentos. En circunstancias como estas, aplicar políticas deflacionarias puertas adentro de un país no ayudará a contener la inflación importada y lo único que conseguirá será frenar todavía más el crecimiento.
Por desgracia, la prioridad política número uno del momento está puesta en encarar posibilidades remotas, y se pasa por alto la tarea urgente inmediata: coordinar e implementar esfuerzos para elevar y sostener los niveles de crecimiento y creación de empleos. Mientras tanto, los recortes del gasto social y de los programas de bienestar solamente empeoran las cosas, ya que reducen todavía más el empleo y la demanda de los consumidores.
Es probable que la presión sobre el nivel de ocupación y los presupuestos familiares no se detenga. Los vocingleros llamamientos a introducir reformas estructurales apuntan principalmente a los mercados laborales, no a los mercados de productos. Parece que aumentar la inseguridad de los trabajadores fuera el punto de partida para sanear la economía. Pero en estas circunstancias, liberalizar el mercado de empleo no solamente destruirá los restos de protección social que quedan, sino que también es probable que reduzca los ingresos reales, la demanda agregada y, finalmente, las perspectivas de recuperación.
Por si fuera poco, en décadas recientes no solamente se vio que los beneficios de las empresas aumentaron a expensas de los salarios, sino que además convergieron con preferencia a los sectores financieros, de la industria del seguro e inmobiliarios. Los escandalosos aumentos que en estos años obtuvieron los ejecutivos de finanzas en sus remuneraciones, aumentos que no pueden atribuirse a una mejora de la productividad, profundizaron la visión cortoplacista del sector financiero y empeoraron su exposición a riesgos en el largo plazo, lo que agudiza la vulnerabilidad sistémica.
Para colmo de males, antes de la Gran Recesión se produjo en la mayoría de los países un aumento de la desigualdad de ingresos, que redujo los ahorros de los hogares y derivó más crédito al consumo y a la compra de bienes, restándoselo al aumento de la inversión en capacidad económica.
El mundo necesita ahora mismo líderes que tengan una visión a largo plazo del futuro. Las instituciones financieras creadas después de la Segunda Guerra Mundial se establecieron no solamente para garantizar la estabilidad monetaria y financiera, sino también para asegurar condiciones que permitieran el crecimiento sostenido, la creación de empleo, la reconstrucción posbélica y el desarrollo de las antiguas colonias.
Por desgracia, las políticas actuales se justifican diciendo que son alternativas “promercado”, aunque en realidad terminan siendo procíclicas. Pero lo que se necesita con urgencia son medidas, instituciones e instrumentos anticíclicos.
Los líderes mundiales parecen estar prisioneros de los intereses financieros y de sus socios, medios de prensa, ideólogos y magnates con suficiente influencia política para asegurarse más rentas con menos pago de impuestos: difícilmente pueda haber un círculo más vicioso. De hecho, el peor peligro que se nos presenta ahora no es ni la deuda pública ni la inflación, sino que se produzca una espiral económica descendente cada vez más difícil de revertir.
Jomo Kwame Sundaram, subsecretario general para el desarrollo económico en las Naciones Unidas, fue galardonado en 2007 con el premio Wassily Leontief por sus trabajos en pro de la ampliación de las fronteras del pensamiento económico.

lunes, 17 de octubre de 2011

La inestabilidad de la desigualdad

Nouriel Roubini*

NUEVA YORK – Este año se ha caracterizado por una ola global de descontento e inestabilidad política y social, que ha ocasionado que la gente salga en masa a las calles reales y virtuales: la primavera árabe; los disturbios en Londres; las protestas de las clases medias de Israel contra los elevados precios de las viviendas y la presión inflacionaria sobre los estándares de vida; las protestas de los estudiantes chilenos; la destrucción en Alemania de los coches de lujo de los “ricos”; el movimiento en India contra la corrupción; el creciente descontento por la corrupción y la desigualdad en China; y ahora, el movimiento de los “indignados” de Wall Street en Nueva York y en todos los Estados Unidos.
Si bien estas protestas no tienen un tema único, expresan de diferentes maneras las serias preocupaciones por su futuro de las clases medias y trabajadoras del mundo ante la creciente concentración de poder entre las élites económicas, financieras y políticas. Las causas de sus inquietudes son evidentes: un alto nivel de desempleo y subempleo en las economías avanzadas y emergentes; educación y capacitación inadecuadas para los jóvenes y trabajadores que compiten en un mundo globalizado; un resentimiento debido a la corrupción, incluidas las formas legalizadas como el cabildeo; y un aumento abrupto  en los ingresos y la desigualdad en la distribución de la riqueza en las economías avanzadas y emergentes de rápido crecimiento.
Por supuesto, el malestar de tantas personas no se puede reducir a un solo factor. Por ejemplo, el aumento de la desigualdad tiene muchas causas: la suma de 2.3 mil millones de chinos e indios a la fuerza laboral global, que está reduciendo los empleos y salarios de obreros no calificados y trabajadores deslocalizados que ocupan puestos administrativos de las economías avanzadas; un cambio tecnológico que privilegia las personas calificadas; efectos de concentración; un surgimiento rápido de disparidades en el ingreso y la riqueza en las economías con crecimiento acelerado, pero que antes fueron de bajos ingresos; y una imposición fiscal menos progresiva.
El aumento del apalancamiento de los sectores público y privado y las burbujas de crédito y de activos relacionadas son en parte el resultado de la desigualdad. El crecimiento mediocre del ingreso para todos excepto los ricos en las últimas décadas dio lugar a un desfase entre los ingresos y las aspiraciones de gasto. En los países anglosajones la respuesta fue democratizar el crédito –mediante la liberalización financiera- lo que provocó el crecimiento de la deuda privada debido a que las familias solicitaron créditos para cubrir la diferencia. En Europa, el desfase se cubrió con servicios públicos –educación y servicios de salud gratuitos, etc.- que no se financiaron del todo con los impuestos, estimulando así la deuda y el déficit público. En ambos casos, los niveles de deuda se volvieron insostenibles.
Las empresas en las economías avanzadas ahora están recortando empleos debido a una demanda final insuficiente, que ha conducido a un exceso de capacidad, y a la incertidumbre sobre el futuro de la demanda. Sin embargo, reducir empleos debilita aún más la demanda final porque disminuye los ingresos laborales e incrementa la desigualdad. Puesto que los costos laborales de una empresa son los ingresos y demanda laboral de alguien más, lo que para una compañía es racional es destructivo para el conjunto.
El resultado es que los mercados libres no generan la suficiente demanda final. Por ejemplo, en los Estados Unidos, los recortes espectaculares de los costos laborales ha reducido drásticamente la participación de los ingresos laborales en el PIB. Como el crédito se ha agotado, los efectos sobre la demanda agregada que han tenido décadas de redistribución del ingreso y la riqueza –del trabajo al capital, de los salarios a los rendimientos, de los pobres a los ricos, y de los hogares a las empresas corporativas- se han agravado debido a la menor tendencia marginal de las compañías, capitalistas y hogares ricos a gastar.
El problema no es nuevo. Karl Marx promovió excesivamente el socialismo pero tenía razón al decir que la globalización, el capitalismo financiero descontrolado, y la redistribución del ingreso y de la riqueza, del trabajo al capital, podrían llevar el capitalismo a la autodestrucción. Como él señalaba, el capitalismo desregulado puede originar brotes regulares de exceso de capacidad, un consumo insuficiente, y la recurrencia de crisis financieras destructivas que estaban alimentados por burbujas de crédito y subidas y bajadas de los precios de los activos.
Incluso antes de la Gran Depresión, las clases burguesas iluminadas de Europa reconocían que para evitar la revolución había que proteger los derechos de los trabajadores, proteger sus derechos, mejorar las condiciones laborales y salariales y crear un Estado de bienestar para redistribuir la riqueza y financiar los bienes públicos –educación, servicio de salud y una red de seguridad social. El impulso para alcanzar un Estado de bienestar moderno cobró fuerza después de la Gran Depresión cuando el Estado asumió la responsabilidad de la estabilización macroeconómica –un papel que requirió mantener una clase media amplia con el aumento de la oferta de bienes públicos mediante una imposición progresiva del ingreso y la riqueza y la promoción de las oportunidades económicas para todos.
Así pues, el surgimiento del Estado de bienestar social fue una respuesta (a menudo de las democracias liberales orientadas al mercado) a la amenaza de las revoluciones populares, el socialismo y el comunismo a medida que aumentó la frecuencia y severidad de las crisis económicas y financieras. Siguieron tres décadas de estabilidad económica y social, desde los años cuarenta hasta los setenta, periodo en el que la desigualdad disminuyó abruptamente y los ingresos medios aumentaron rápidamente.
Algunas de las lecciones sobre la necesidad de una reglamentación prudencial del sistema financiero se perdieron durante la era de Reagan y Thatcher, cuando se creó la tendencia a la desregulación masiva debido en parte a las fallas del modelo de bienestar social europeo. Esos defectos se reflejaron en un aumento de los déficits fiscales, una reglamentación exagerada y una falta de dinamismo económico que condujo al crecimiento esclerótico de entonces y a la crisis actual de la deuda soberana de la eurozona.
Sin embargo, el modelo anglosajón de laissez-faire también ahora ha fracasado estrepitosamente. Se requiere recuperar el equilibrio adecuado entre los mercados y la oferta de bienes públicos para estabilizar las economías orientadas al mercado. Eso significa alejarse del modelo anglosajón de mercados desregulados y del modelo continental europeo de Estados de bienestar basados en el déficit. Ni siquiera el modelo de crecimiento “asiático” alternativo –si es que existe- ha podido evitar que aumente la desigualdad en China, India y otros lugares.
Cualquier modelo económico que no aborde adecuadamente la desigualdad se enfrentará en última instancia a una crisis de legitimidad. A menos que se recupere el equilibrio entre las funciones económicas relativas del Estado y los mercados, las protestas de 2011 se agravarán y la inestabilidad política y social perjudicará el crecimiento económico y el bienestar social a largo plazo.
*Nouriel Roubini, director de Roubini Global Economics, es profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y coautor de Crisis Economics.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La cura para la economía

Joseph E. Stiglitz
2011-10-03

NUEVA YORK – La crisis económica comenzada en 2007 continúa; mientras tanto, una pregunta obvia ronda las cabezas de todos: ¿por qué? Si no logramos una mejor comprensión de las causas de la crisis, no podremos implementar una estrategia eficaz de recuperación. Y por el momento, no tenemos ni lo uno ni lo otro.
Se nos dijo que fue una crisis financiera y que por eso los gobiernos de ambos lados del Atlántico se concentraron en los bancos. Se nos aseguró además que los programas de estímulo eran un paliativo temporal necesario para pasar el mal momento, hasta que el sector financiero se recuperara y resurgiera el crédito privado. Pero mientras el sector bancario tiene otra vez su rentabilidad y sus bonificaciones, el crédito no se ha recuperado, a pesar de que los tipos de interés a corto y largo plazo están en mínimos históricos.
Los bancos aseguran que lo que restringe el crédito es la falta de prestatarios confiables, producto del mal estado de la economía. Y algunos datos clave indican que tienen razón, al menos en parte. Después de todo, las empresas grandes atesoran unos cuantos billones de dólares en reservas de efectivo, o sea que no es la falta de dinero lo que les impide invertir y tomar trabajadores. Pero para algunas empresas pequeñas, quizá para muchas, la situación es muy diferente: están tan necesitadas de fondos que no pueden crecer, y muchas se ven obligadas a achicarse.
Como sea, la inversión empresarial en términos generales (sin contar la construcción) está otra vez en un 10% del PIB (antes de la crisis era del 10,6%). Con la capacidad excedente que hay en el sector inmobiliario, no es de esperar que la confianza vuelva pronto a los niveles de antes de la crisis (independientemente de las medidas que se tomen en relación con el sector bancario).
El factor evidente que precipitó la crisis fue la imprudencia imperdonable del sector financiero, sumada a la insensatez de una desregulación que le dio rienda suelta. La herencia que nos dejó (capacidad excedente en el sector inmobiliario y hogares demasiado endeudados) dificulta todavía más la recuperación.
Pero la economía se encontraba muy mal ya antes de la crisis, y la burbuja inmobiliaria no hizo más que ocultar sus debilidades. Si no hubiera estado la burbuja para estimular el consumo, se habría producido una enorme escasez de demanda agregada. Lo que ocurrió en cambio fue que la tasa de ahorro personal se redujo a apenas el 1%, mientras el 80% de los estadounidenses menos pudientes gastaban cada año aproximadamente el 110% de sus ingresos. Incluso si el sector financiero se recuperara completamente y estos estadounidenses pródigos no hubieran aprendido nada sobre la importancia del ahorro, su consumo no superaría el 100% de sus ingresos. Así que todos los que hablan de un “regreso” del consumo (incluso después del desendeudamiento) viven en un mundo de fantasía.
Es cierto que para una recuperación económica era necesario poner en orden el sector financiero, pero esto no alcanza. Para comprender las medidas que hay que tomar, debemos entender los problemas que afectaban a la economía antes de la crisis.
En primer lugar, los Estados Unidos y el mundo fueron víctimas de su propio éxito. El acelerado aumento de la productividad en el sector industrial superó el crecimiento de la demanda, lo que supuso una reducción del nivel de empleo en ese sector. Esto implicaba un desplazamiento de mano de obra al sector de servicios.
El problema es similar al que se presentó a principios del siglo XX, cuando un rápido crecimiento de la productividad en el sector agrícola obligó a la mano de obra a mudarse de las áreas rurales a los centros fabriles urbanos. Con una caída de los ingresos agrícolas superior al 50% entre 1929 y 1932, era de esperar que se produjera una migración a gran escala. Pero los trabajadores quedaron “atrapados” en el sector rural, porque no tenían recursos para trasladarse; y la caída de sus ingresos debilitó de tal modo la demanda agregada que el desempleo industrial y urbano se disparó.
La necesidad que tienen los Estados Unidos y Europa de retirar mano de obra del sector industrial se agrava por el cambio de las ventajas comparativas: además de que hay un límite global para la cantidad de empleos fabriles, una proporción mayor de esos puestos de trabajo se irá a otros países.
Mientras tanto, la globalización fue uno de los factores (aunque no el único) que contribuyeron a que surgiera el segundo problema clave: el aumento de la desigualdad. Como una parte de los ingresos se trasladó de personas que los gastan a personas que no los gastan, la demanda agregada se redujo. Asimismo, el enorme encarecimiento de la energía derivó poder adquisitivo de los Estados Unidos y Europa a los países productores de petróleo, que al darse cuenta de la volatilidad de sus precios, eligieron acertadamente ahorrar gran parte de esta renta.
El tercer y último problema que contribuye a la debilidad de la demanda agregada global es la masiva acumulación de reservas en divisa extranjera por parte de los mercados emergentes (que en parte es una reacción a los errores cometidos por el Fondo Monetario Internacional y el Tesoro de los Estados Unidos en el manejo de la crisis asiática de 1997 y 1998). Al darse cuenta de que la falta de reservas los ponía en riesgo de perder la soberanía económica, muchos países se dijeron: “Nunca más”. Pero si bien la acumulación de reservas los protegió (acumulación que en las economías emergentes y en vías de desarrollo actualmente anda por los 7,6 billones de dólares), el dinero que se destina a reservas es dinero que no se gasta.
En cuanto a la solución de estos problemas subyacentes ¿dónde nos encontramos? En relación con el primero, como los países que acumularon grandes reservas pudieron capear mejor la crisis económica, el incentivo a seguir acumulando aumenta todavía más.
Paralelamente, los banqueros tienen otra vez sus bonificaciones, pero los trabajadores ven cómo sus salarios pierden valor y sus horas de trabajo se reducen, lo que amplía todavía más la brecha de ingresos. Encima, los Estados Unidos no se han librado de su dependencia del petróleo. Este verano [del hemisferio norte] el precio del petróleo volvió a subir por encima de los 100 dólares por barril (y todavía se mantiene alto), lo que significa una nueva transferencia de divisas a los países exportadores de petróleo. Mientras tanto, la transformación estructural de las economías avanzadas, necesaria para poder retirar mano de obra de los sectores industriales tradicionales, avanza muy lentamente.
El Estado es un actor protagónico en la financiación de los servicios que necesita la gente, por ejemplo la educación y la atención de la salud. Y para restaurar la competitividad en Europa y los Estados Unidos, los programas de educación y formación con fondos estatales serán fundamentales. Pero a ambos lados del Atlántico se optó por la austeridad fiscal, con lo que prácticamente está garantizado que la transición de esas economías será lenta.
La receta para el mal que aqueja a la economía global se deduce inmediatamente a partir del diagnóstico: hacen falta sólidos programas de gasto público que apunten a facilitar la reestructuración, promover el ahorro energético y reducir la desigualdad; y junto con esto, una reforma del sistema financiero internacional que cree alternativas a la acumulación de reservas.
Tarde o temprano, los líderes mundiales (y los votantes que los eligen) se darán cuenta de que es así, ya que conforme las perspectivas de crecimiento sigan empeorando, no les quedará otra alternativa. ¿Pero cuánto sufrimiento deberemos soportar hasta que eso ocurra?
Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía y autor del libro Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.
Copyright: Project Syndicate, 2011.
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