Los terremotos que vienen sacudiendo las Bolsas desde los pasados septiembre y octubre negros ha precipitado el fin de una era del capitalismo. El apocalipsis financiero no ha terminado. Se está transformando en recesión global Y todo indica que vamos hacia una gran depresión. Nada volverá a ser como antes. Regresan la política y el Estado.
Es un momento histórico, Se derrumba no sólo un modelo de economía, sino también un estilo de gobierno y eso altera el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. El desplome de Wall Street es comparable a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un Giro Copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía: “Esta debacle es para el capitalismo o que la caída de la URSS lo fue para el comunismo” Se terminará el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: “El estado no es la solución es el problema”. Durante treinta años, los fundamentalistas han repetido que éste siempre tenía razón. Que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaban.
Se acaba una época de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión “amos del universo” . Dispuestos a todo para sacar ganancias, ventas a corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos sofisticados, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del beneficio fácil contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de precios.
La globalización convirtió la economía mundial en una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera había llegado a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza mundial. Y de golpe esa gigantesca burbuja revienta.
El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200.000 millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Y toda la cadena de funcionamiento del sistema financiero se ha colapsado: los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos y hasta las auditorías contables.
El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las “hipotecas basura” era de todos conocido. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto había sido ya denunciado sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos.
Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado las mayores en volumen, de la historia económica demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Y se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros.
Las autoridades estadounidenses acuden al rescate de los “banksters” (“banqueros gánsteres”) a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Es el socialismo para los ricos y el capitalismo salvaje para los pobres.
Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas europeas que no tienen una “plan B” para sacar provecho del descalabro. Sin embargo ahora sería el momento de refundación y de audacia.
Aunque el impacto de la crisis se sentirá en todo el planeta, las economías que no adoptaron la desregulación ultraliberal saldrán mejor paradas. Algunos analistas resaltan el interés para América Latina de mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Banco del Sur. O la idea de un banco de la Organización de Países Exportadores de Petróleo OPEP recientemente propuesta por el presidente venezolano Hugo Chávez.
La crisis ha favorecido la elección del demócrata Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Y es probable que como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven presidente lance un nuevo “New Deal” basado en un neo-keynesianismo que confirmará el retorno del Estado a la esfera económica. Ello pondrá fin a la etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal.
El modelo de capitalismo diseñado por los Estados del Norte para mayor provecho de los países ricos, ha muerto. Y sería indecente que esos mismos Estados, responsables del gran desastre actual, “refundasen” un nuevo sistema económico para preservar sus privilegios. Invitar al debate sobe la refundación de la economía a potencias del Sur como Argentina, Brasil, México, Sudáfrica, China y la India es lo menos que se puede hacer. Es un gran avance. Pero no es suficiente.
El marco legítimo para tal trabajo no es ni el G-8, ni el G-20, sino la ONU y los 192 Estados del planeta. Además, las víctimas principales de la crisis, es decir los ciudadanos, representados por sus asociaciones, sus ONG’s y sus sindicatos, también deben tener voz consultiva y deliberativa. Sólo así se construirá una economía justa y democrática.
Es un momento histórico, Se derrumba no sólo un modelo de economía, sino también un estilo de gobierno y eso altera el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. El desplome de Wall Street es comparable a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un Giro Copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía: “Esta debacle es para el capitalismo o que la caída de la URSS lo fue para el comunismo” Se terminará el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: “El estado no es la solución es el problema”. Durante treinta años, los fundamentalistas han repetido que éste siempre tenía razón. Que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaban.
Se acaba una época de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión “amos del universo” . Dispuestos a todo para sacar ganancias, ventas a corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos sofisticados, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del beneficio fácil contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de precios.
La globalización convirtió la economía mundial en una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera había llegado a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza mundial. Y de golpe esa gigantesca burbuja revienta.
El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200.000 millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Y toda la cadena de funcionamiento del sistema financiero se ha colapsado: los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos y hasta las auditorías contables.
El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las “hipotecas basura” era de todos conocido. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto había sido ya denunciado sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos.
Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado las mayores en volumen, de la historia económica demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Y se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros.
Las autoridades estadounidenses acuden al rescate de los “banksters” (“banqueros gánsteres”) a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Es el socialismo para los ricos y el capitalismo salvaje para los pobres.
Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas europeas que no tienen una “plan B” para sacar provecho del descalabro. Sin embargo ahora sería el momento de refundación y de audacia.
Aunque el impacto de la crisis se sentirá en todo el planeta, las economías que no adoptaron la desregulación ultraliberal saldrán mejor paradas. Algunos analistas resaltan el interés para América Latina de mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Banco del Sur. O la idea de un banco de la Organización de Países Exportadores de Petróleo OPEP recientemente propuesta por el presidente venezolano Hugo Chávez.
La crisis ha favorecido la elección del demócrata Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Y es probable que como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven presidente lance un nuevo “New Deal” basado en un neo-keynesianismo que confirmará el retorno del Estado a la esfera económica. Ello pondrá fin a la etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal.
El modelo de capitalismo diseñado por los Estados del Norte para mayor provecho de los países ricos, ha muerto. Y sería indecente que esos mismos Estados, responsables del gran desastre actual, “refundasen” un nuevo sistema económico para preservar sus privilegios. Invitar al debate sobe la refundación de la economía a potencias del Sur como Argentina, Brasil, México, Sudáfrica, China y la India es lo menos que se puede hacer. Es un gran avance. Pero no es suficiente.
El marco legítimo para tal trabajo no es ni el G-8, ni el G-20, sino la ONU y los 192 Estados del planeta. Además, las víctimas principales de la crisis, es decir los ciudadanos, representados por sus asociaciones, sus ONG’s y sus sindicatos, también deben tener voz consultiva y deliberativa. Sólo así se construirá una economía justa y democrática.