Dani Rodrik
CAMBRIDGE – El próximo año será el centésimo aniversario del nacimiento de Milton Friedman. Friedman fue uno de los principales economistas del siglo XX, galardonado con el Premio Nobel que hizo notables contribuciones a la política monetaria y a la teoría del consumo. Sin embargo, será recordado sobre todo como el visionario que ofreció el motor intelectual a los entusiastas del libre mercado durante la segunda mitad del siglo, y como la eminencia gris detrás del cambio espectacular en las políticas económicas emprendidas después de 1980.
En un momento en que el escepticismo en los mercados es galopante, Friedman explicó en un lenguaje claro y accesible que la empresa privada es el fundamento de la prosperidad económica. Todas las economías exitosas están basadas en el ahorro, el trabajo duro y la iniciativa individual. Se oponía a la regulación gubernamental que obstaculizaba la iniciativa empresarial y limitaba los mercados. Lo que Adam Smith fue para el siglo XVIII, Milton Friedman lo fue para el siglo XX.
Mientras se transmitía la histórica serie televisiva de Friedman “Free to Choose” en 1980, la economía mundial atravesaba una singular transformación. Inspirados por las ideas de Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y muchos otros dirigentes gubernamentales empezaron a eliminar las restricciones y regulaciones del gobierno que se habían establecido a lo largo de las décadas precedentes.
China se apartó de la planificación centralizada y permitió que florecieran los mercados –primero de los productos agrícolas y, finalmente, de los productos industriales. América Latina redujo drásticamente sus barreras comerciales y privatizó sus empresas estatales. Cuando cayó el Muro de Berlín en 1990, no había ninguna duda de que dirección tomarían las antiguas economías controladas: la del libre mercado.
Sin embargo, Friedman también dejo un legado menos feliz. En su entusiasmo por promover el poder de los mercados, trazó una línea muy clara entre el mercado y el Estado. En efecto, presentó al gobierno como el enemigo del mercado. Por consiguiente, nos impidió ver la clara realidad de que las economías exitosas son, de hecho, mixtas. Por desgracia, esa ceguera sigue afectando a la economía mundial en el periodo posterior a una crisis financiera que se originó, en gran parte, porque se permitió que los mercados financieros funcionaran libremente.
La visión de Friedman subestima en gran medida los requisitos institucionales de los mercados. Simplemente dejemos que el gobierno haga cumplir los derechos de propiedad y los contratos y ¡presto!, los mercados pueden operar su magia. De hecho, el tipo de mercados que necesitan las economías modernas no se crean, regulan, estabilizan y legitiman a sí mismos. Los gobiernos deben invertir en redes de comunicación y transportes; contrarrestar la asimetría de la información, las externalidades, y un poder de negociación desigual; moderar los pánicos financieros y las recesiones; y dar respuesta a las demandas populares de redes de seguridad y prestaciones sociales.
Los mercados son la esencia de la economía de mercado en el mismo sentido que los limones son la base de la limonada. El jugo de limón solo no se puede beber. Para hacer una buena limonada se necesita mezclarlo con agua y azúcar. Por supuesto, que si pone mucha agua en la preparación se arruina la limonada así como mucha intervención gubernamental puede hacer disfuncionales a los mercados. La clave no es descartar el agua y el azúcar, sino agregar las medidas correctas. Friedman puso como ejemplo de una sociedad de libre mercado a Hong Kong, sigue siendo la excepción de la regla de la economía mixta –e incluso ahí el gobierno ha tenido un papel significativo al ofrecer suelo para las viviendas.
La imagen que la mayoría de las personas conservará de Friedman es la del profesor sonriente, diminuto y honesto que sostenía un lápiz frente a las cámaras en el programa “Free to Choose” para ilustrar el poder de los mercados. Miles de personas en todo el mundo fabricaron este lápiz, decía Friedman –para extraer el grafito, cortar la madera, ensamblar los componentes y comercializar el producto final. Ningún organismo central coordinó sus acciones; esa hazaña la lograron gracias a la magia del libre mercado y el sistema de precios.
Después de más treinta años la historia del lápiz tiene una conclusión interesante (que de hecho se basó en un artículo del economista Leonard E. Read). Ahora, la mayoría de los lápices del mundo se producen en China –una economía que es una mezcla peculiar de iniciativa privada empresarial y dirección del Estado.)
Si Friedman viviera se preguntaría cómo es que China ha llegado a dominar la industria del lápiz como ha hecho con tantas otras. Hay mejores fuentes de grafito en México y en Corea del Sur. Las reservas forestales son más abundantes en Indonesia y Brasil. Alemania y los Estados Unidos tienen mejor tecnología. China tiene una enorme cantidad de mano de obra barata, pero también Bangladesh, Etiopia y muchos otros países populosos de bajos ingresos.
Sin duda, casi todo el mérito le pertenece a la iniciativa y trabajo duro de los empresarios y trabajadores chinos. Sin embargo, ahora la historia del lápiz estaría incompleta si no se cita las empresas estatales chinas, que hicieron las inversiones iniciales en tecnología y capacitación laboral; las políticas flexibles de gestión forestal, que mantuvieron la madera a precios artificialmente asequibles; los generosos subsidios a la exportación; y la intervención del gobierno en los mercados de divisas, que ofrece a los productores chinos una ventaja de costos significativa. El gobierno chino ha subsidiado, protegido y estimulado a sus compañías para garantizar una rápida industrialización, alterando así la división global del trabajo a su favor.
El propio Friedman hubiera deplorado estas políticas gubernamentales. Con todo, los miles de trabajadores empleados en las fábricas chinas probablemente hubieran seguido siendo agricultores pobres si el gobierno no hubiera dado un empujón a las fuerzas del mercado para que despegara la industria. Dado el éxito económico de China, es difícil negar la contribución de las políticas de industrialización del gobierno.
El lugar en la historia del pensamiento económico de los entusiastas del libre mercado se mantendrá seguro. Sin embargo, los pensadores como Friedman dejan un legado desconcertante y ambiguo porque son los intervencionistas los que han tenido éxito en la historia económica, donde realmente importa.
Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional de la Universidad de Harvard, es autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy.
Copyright: Project Syndicate, 2011.Traducción de Kena Nequiz