martes, 13 de diciembre de 2011

El necesario giro hacia la sociedad

Manuel Rico

La dura derrota sufrida por el PSOE el 20-N debiera obligar a ese partido a una reflexión tranquila y profunda a la vez, no ensimismada, abierta a la sociedad y sincera y radicalmente autocrítica, algo que parece difícil dada la urgencia con que se ha convocado el congreso y el poco tiempo con que cuentan los militantes (con fiestas navideñas de por medio) para abordarla. El debate, tal y como asoma a los medios de comunicación, pone el nominalismo en primer plano. En segundo queda el, a mi juicio, desafío prioritario, que no es otro que analizar los errores cometidos y diseñar la política que corresponde a una formación socialdemócrata en el comienzo de la segunda década del siglo XXI, en plena era de la globalización y con una poderosa presión de los mercados para recortar y limitar derechos sociales, para desvirtuar la democracia y para poner la política, en Europa y en España, al servicio de sus intereses.El debate político ha desaparecido. Lo importante es elegir cargos o candidatos
Es obvio que las decisiones gubernamentales de mayo de 2010, confrontadas con el programa sometido a las urnas dos años antes, produjeron una importante desafección de los electores. Se añadían a una alta cota de desempleo y empeoraban la calidad de vida de amplios colectivos de ciudadanos de condición modesta mientras los responsables de la crisis "se iban de rositas". Ahí están la razón y el origen de la pérdida de más de cuatro millones de votos y no en otro lugar: lo evidencia la importante fuga de sufragios hacia Izquierda Unida, hacia otros partidos minoritarios y hacia la abstención. Si a ello añadimos la reforma constitucional a contrarreloj y la incorporación de España al escudo antimisiles cogiendo a contrapié a gran parte de electorado progresista, las condiciones objetivas de la derrota estaban servidas.
Sin embargo, creo que hay otra razón de suma importancia que no se ha destacado lo suficiente: desde hace demasiado tiempo, el PSOE vive un proceso de alejamiento de los ciudadanos. Su estructura parece funcionar para sí misma: el debate político ha desaparecido o solo se activa cuando se trata de elegir candidatos u otro tipo de cargos, sus organizaciones de base son renuentes a la presencia ciudadana, y la capilaridad que caracterizó a un partido que otrora estuvo cerca del concepto gramsciano de "partido-parte de la sociedad", con un alto grado de implicación en él del mundo de la cultura y de los ciudadanos activos en los más diversos movimientos y plataformas, ha cedido casi todo el terreno a una estructura sustentada en los cargos públicos de distinto nivel y a una dinámica dirigida a la continuidad de estos y no siempre a partir del doble principio del mérito y la capacidad. Y, como consecuencia de ello, con muy escasa credibilidad para conectar con una ciudadanía insatisfecha, crítica con la "clase política" por considerarla alejada de las condiciones de vida de la mayoría y poseedora de ciertos privilegios poco acordes con los sacrificios que, en ocasiones, se exigen al conjunto de los ciudadanos. No olvidemos que el electorado suele perdonar a la derecha lo que considera grave falta en quienes, como los socialistas, proclaman la austeridad, la má-xima exigencia ética y la transparencia como señas de identidad históricas e irrenunciables. Ese factor, junto al elevado desempleo juvenil, no es ajeno a un fenómeno tan relevante como el 15-M ni a la decantación hacia UPyD de una parte significativa del voto perdido.En consecuencia, el congreso debería dar prevalencia al debate político, a las decisiones sobre el proyecto y sobre el modelo de partido y, en función de ello, situar la discusión nominalista, la elección del secretario general. Es básico, por tanto, que el PSOE defina un modelo europeo vinculado a la reforma y regulación del sistema financiero, a una mayor unidad política y económica, a la defensa del Estado de bienestar y al crecimiento del PIB con equilibrio social y territorial, algo que debiera traducirse en mandato estratégico a trasladar al partido de los socialistas europeos (por cierto, se ha echado de menos un encuentro o simposio al máximo nivel para analizar la situación que vive una UE que parece condenada sin remedio al discurso neoliberal y a la pócima del recorte: ¿se da por muerta la "Europa social" formulada por Jacques Delors?); que elabore una política que fije la prioridad en el empleo y que limite el déficit por la vía del incremento de los ingresos, de una fiscalidad potente y redistributiva y no de la reducción del gasto social o de inversiones. Y que defina una firme apuesta por sólidas reformas democráticas: transparencia, participación, permeabilidad de las instituciones a las iniciativas ciudadanas incorporando mecanismos nuevos de control, vinculados a las redes sociales y a la nueva sociedad tecnológica, afirmación del laicismo del Estado, revisión de la Ley Electoral y del papel del Senado, rigor y austeridad en las retribuciones de los cargos políticos, limitación real de mandatos y, en el plano interno, una revisión en profundidad de su estructura y funcionamiento para reforzar y dinamizar su relación con la ciudadanía. ¿Giro a la izquierda? No solo. Estaríamos, sobre todo, hablando de giro hacia y con la sociedad.
Ante lo gigantesco de ese desafío, no parece de lo más oportuno hacer de las primarias el eje del debate congresual. ¿Son la panacea, tal y como afirman algunos líderes de opinión? No lo son, aunque sí parecen ser el mecanismo más adecuado para la elección de candidatos a someter al voto ciudadano (desde alcaldes a presidente del Gobierno) siempre que se aborde una profunda corrección "a la francesa" porque tal y como está regulado no hace sino reflejar las pugnas "de aparato" entre afiliados: el ejemplo más reciente lo tenemos en Madrid, donde, tras las últimas primarias se excluyó de las candidaturas a gran parte de las voces críticas y se obtuvo el peor resultado regional y local de la historia del socialismo madrileño. No creo, sin embargo, que las primarias sean el mejor sistema para la elección del secretario general o de los equipos de dirección.
Sentadas esas premisas, ¿quién debería liderar el proyecto que apruebe el congreso? A mi entender y partiendo de la irrenunciable oferta plural de aspirantes, el liderazgo debería responder a una doble necesidad: de un lado, solvencia, solidez y rigor en el debate en el ámbito parlamentario; de otro renovación y conexión con los sectores más jóvenes, innovadores y críticos de la sociedad: todo ello, contando con una premisa: no existe una relación mecánica entre esas cualidades y la supuesta juventud o madurez de quien las posee. La cortedad de miras, la visión burocrática de la política, su conversión en salida profesional, el autoritarismo (a veces lleno de apelaciones a la participación de las bases) y la demagogia populista no tienen edad.
En resumen: proyecto estratégico en el marco europeo, partido abierto a la sociedad y liderazgo capaz de lograr la empatía, el respaldo y el reconocimiento de esa mayoría social que los expertos sitúan en el espacio que va del centro progresista a la izquierda más tradicional y, más allá, a los movimientos sociales alternativos. Ese es el desafío. Un desafío que bordea la refun-dación. Ponerle nombre y apellidos a quien haya de encabezarlo y gestionarlo sería, a día de hoy, situar el eje del debate en el lugar equivocado: aunque sea el que nuestro ecosistema mediático persigue cada día.
Manuel Rico es escritor y crítico literario. Verano (Alianza, 2008) es su última novela.