Marcelino Rábago
Ya en el siglo XVII, el filósofo Inglés Thomas Hobbes dijo aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre” de modo que “cada hombre debería ceder parte de su derecho a la autoafirmación en beneficio mutuo, para que las fuerzas antagónicas de los derechos en pugna se incorporen así a un tratado de paz, o contrato social, base del Estado”
Naturalmente que hay millones de seres humanos repartidos por todo el planeta que están tan preocupados por el bien común, que el papel del Estado prácticamente sería innecesario. Sin embargo, en el otro lado de la balanza estamos los otros miles de millones de seres humanos que, unos más que otros, nos gobierna el instinto básico de nuestro interés particular. No cabe duda de que dependiendo de la cultura política dominante en el país, la cantidad de personas que pertenezcan a uno u otro polo fluctuará, pero, sin duda, en el gobierno actual del neoliberalismo mundial, lo que abunda por encima de todo es el segundo grupo… no importa la clase social a la que se pertenezca. Y de ahí que, según mi opinión, un Estado fuerte, un Estado democrático con leyes reguladoras de los poderes, derechos y obligaciones de todos los ciudadanos que integran el mismo sea hoy más necesario que nunca. Porque dado que el hombre es lobo para el hombre, se ha de poner coto a la avaricia individual en pos del equilibrio, la justicia y la paz social.
Que la democracia y el control global del hombre por el hombre están hoy en peligro lo podemos ver, por ejemplo, en Grecia e Italia: sus representantes legítimos han sido sustituidos por unos tecnócratas –al gusto de los lobos de la gran banca- con el pretexto –según dicen dichos lobos- “de acabar con el problema de deuda soberana y el gran estado de despilfarro social de dichos países”. El cinismo es mayúsculo: la banca financiera crea ésta crisis a nivel mundial y como “mea culpa” proponen el ajuste económico de la gente corriente al dictado de sus tecnócratas. Es decir, en vez de atacar los problemas sistémicos del sistema, se da una vuelta más de tuerca sobre los derechos de los ciudadanos de la Europa culta y civilizada. En lugar, como dijo el señor Sarkozy, de “refundar el capitalismo” se opta por una huida hacia adelante.
El Estado y su mayor triunfo, el Estado del bienestar, tratan de “salvar al hombre del propio hombre”. De ahí que al neoliberalismo no le guste el Estado y trate de hacer todo lo posible por destruirlo. El Estado supone una barrera contra el poder de las élites económicas y es por ello que empleen todos los medios a su alcance para tratar de minar su reputación. Los medios de comunicación a su servicio siempre estarán prestos a mostrar los casos puntuales de inoperancia o abuso por parte de funcionarios públicos y no, por ejemplo, a los miles de ellos que desempeñan su función a la perfección. Tampoco sacarán a los millones de personas que hacen un uso racional de las prestaciones del Estado, sino por el contrario a los sin vergüenzas que abusan de ellas. Todo con la intención de mostrar su “ineficacia”, desprestigiarlo y vendernos sus seguros. Desde altavoces neoliberales se malicia al ciudadano medio diciendo que el Estado del bienestar dilapida medios y que “cualquier ciudadano sensato sabría administrar mejor su propio dinero… que no hace falta un Estado que se lo recaude y que lo ponga donde se le ponga en gana”.
El neoliberalismo trata de maliciar a las clases populares, trata de ponerlas en contra de lo público. Tratan de difundir la “ética” de la autosuficiencia y el egoísmo con el fin de, evidentemente, hacer caja. He aquí algunos ejemplos:
1.- El neoliberalismo acusa al Estado democrático de que propicia dirigentes políticos corruptos y “manirrotos”, por lo que “hay que replantearse el Estado”. Afortunadamente –como demuestra por ejemplo el último caso de corrupción del presidente de la comunidad Valenciana- el Estado democrático puede meter mano a estas corrupciones llevando a los tribunales a dichos sujetos. Puede ser más o menos lento, pero finalmente lo hace. Con instituciones menos fuertes, la corrupción sería la norma en la mayoría de las relaciones económico – políticas. No hay más que ver el modo de operar de los países no democráticos “colonizados” por las grandes trasnacionales… o los desmanes del sector financiero.
La justicia puede no ser perfecta en el Estado de derecho, pero es la menos imperfecta que se conoce.
2.- El neoliberalismo acusa al Estado democrático de derroches en servicios esenciales como son, por ejemplo, la sanidad. Efectivamente, el neoliberalismo nunca “derrocharía” recursos en un enfermo que no le fuera rentable. Su seguro médico le diría hasta dónde podría atenderle.
Que yo sepa ninguna persona se mete en un quirófano por gusto, ni se toma paracetamol como una gracia. Si bien el uso de los medicamentos debe ser racional y debe tenderse a que ninguno vaya a la basura por no usarlo, y por otra parte la educación en una vida sana debe ser una prioridad pedagógica de los Estados, lo que ha conseguido “la medicina del bienestar” es que ningún ciudadano se muera por no poder pagarse su tratamiento. Los ataques por parte de las políticas neoliberales contra “la medicina del bienestar” son debidos a que quieren coger la parte “apetecible del pastel” que actualmente tiene el Estado. Y es por ello que tratan de desprestigiar la medicina pública con el fin de hacer clientes… con recursos, es decir, clientes rentables. En el Estado del bienestar, sin embargo, todos hacemos caja común con el objetivo de que aquel que tenga menos suerte con su salud, pueda seguir disfrutando de una vida digna sin tener que pedir un crédito al banco. Y esa caja común la hacemos porque nuestra filosofía es la de la buena gente que no excluye, que no quiere que nadie sufra –o incluso muera- por falta de recursos. Nuestra altura humana quiere que exista esa caja… porque somos personas generosas.
3.- El neoliberalismo acusa al Estado del bienestar de derrochar, por ejemplo en educación. Naturalmente que ellos no derrocharían: a la primera que vieran lentitud en el aprendizaje del alumno, si no tuviera recursos económicos, lo excluirían. El mayor valor que puede tener un Estado es la educación de sus miembros, pues un mayor conocimiento siempre da más herramientas para entender la realidad, la vida y al resto de los hombres. Todas las políticas dirigidas a recortes en educación no han comprendido (o no les interesa) lo anterior. Y es por eso que como nosotros sí lo hemos entendido, y nos parece una buena estrella a seguir, hacemos una caja común para que todos, ricos y pobres, puedan disfrutar de una enseñanza de calidad, laica y crítica. Y lo queremos porque somos seres humanos elevados que disfrutamos viendo cómo nuestros hijos y los de mis vecinos se enriquecen con todo el patrimonio científico y cultural de la especie humana. Nuestra altura humana quiere que exista esa caja… porque somos personas generosas.
4.- El neoliberalismo acusa al Estado del bienestar de la insostenibilidad del sistema público de pensiones, monserga que vienen repitiendo desde hace décadas… sin acierto. Como remedio nos proponen un sistema privado, es decir, que sea la banca, y no el Estado, el encargado de hacer posible “el milagro”. Sin contar con que muchos fondos de pensiones están buscando la mayor rentabilidad posible en el casino financiero mundial, no importando a qué carta puedan apostar (carta que en muchas ocasiones puede empobrecer la vida de personas o pueblos enteros), la pregunta es qué es lo que hace mal el Estado que sí haría bien la banca. La banca alienta la venta de un seguro “egoísta” adaptado al perfil del sujeto contratante. Más allá de dicho seguro personal, la suerte en la jubilación de nuestros vecinos no importaría. La banca apela pues a nuestro egoísmo. El seguro de pensiones bancario (poco rentable para sus clientes, como por otra parte revelan ciertos informes, por, entre otras cosas, las comisiones que, lógicamente, se queda el propio banco) por otra parte es solo apto para aquellas personas que pudieran comprarlo, les decir, aquellas que llegaran holgadas a fin de mes, o cuál define el horizonte de desigualdad que crearía a medio y largo plazo.
Afortunadamente, el Estado, es decir, todos nosotros, hace una caja común porque la suerte de todos los habitantes del país nos importa. Y lo hacemos porque somos personas elevadas que vemos el mundo en su conjunto, más allá de la corta mirada que proporciona la avaricia. Y queremos encontrarnos por los parques públicos a ancianos que viven sin penurias, disfrutando de sus últimos años de su vida sin sobresaltos y con dignidad, Qué le vamos a hacer si somos buena gente y tenemos esa sensibilidad…
5.- El neoliberalismo acusa al Estado democrático de que siempre será más ético un político con recursos económicos propios que uno que no los tenga pues “nunca meterá la mano en la caja”. Es verdad que la realidad demuestra (las cifras están ahí) que hay quienes entran en el mundo de la política con pocos intereses más allá que los suyos propios. Pero la realidad también demuestra (las cifras están ahí) que la riqueza del planeta está cada vez más polarizada. Y que no es verdad que los que ya tienen dinero no están interesados en hacer más dinero y que por ello son mejores candidatos para la vida política que aquellos carentes del mismo. Si esto fuera así, las enciclopedias estarían llenas de ejemplos de reyes / banqueros / grandes familias que gobernaron con acierto a su pueblo al tiempo que no aumentaron sus riquezas o / y las repartieron entre sus conciudadanos, de modo que se equilibraron sus patrimonios. Lamentablemente, como digo, la realidad muestra todo lo contrario: la riqueza está cada vez más en manos de unos pocos. Los datos demuestran que el dinero y el poder deben tener las características de una droga, que cuanto más tienes más quieres, y que el destino de tus semejantes te importa poco comparado con el grosor de tu cuenta bancaria.
Es decir, que no es cierta la afirmación de que el dinero induzca desinterés por el dinero.
6.- El neoliberalismo acusa al Estado del bienestar de que es insostenible. Bien, si desde hace treinta años, los políticos a sueldo de los intereses neoliberales han malvendido a unos pocos los medios de producción que en el pasado eran de todos (telecomunicaciones, banca, energía, entre otros), si desde hace veinte años esos mismos políticos han ido rebajando las contribuciones al Estado de los grandes capitales, si hace cuatro años éstos nos han metido en una crisis sin precedentes que ha arruinado la economía real, y si además esos mismos políticos les han dejado nuestro dinero para evitar su ruina, y ha tenido que hacer desembolsos enormes en forma de subsidios de desempleo debido a esa crisis que los Estados no han generado, es normal que en estos momentos el Estado del bienestar se encuentre en serias dificultades. Y si además, esos poderes que han puesto en tal aprieto al Estado, ha conseguido hacer legal que el banco central europeo no pueda financiar a los Estados, si no que estos tengan que hacerlo a través de entidades privadas -las mismas que se han encargado de llevar a mínimos al Estado- es normal que el Estado del bienestar pueda llegar a ser insostenible. Desde hace treinta años el plan estaba bien urdido: primero desposeer al pueblo de sus industrias, luego hacer legal la bajada de impuestos a las grandes familias y empresas, luego incrementar el poder planetario de las finanzas, posteriormente asfixiar a los Estados como consecuencia de una crisis que no han creado y seguidamente empobrecerlos paulatinamente por la espiral del pago de los intereses de la deuda. Todo con el fin de poner la gestión y explotación de las principales riquezas del planeta en manos de unos pocos, y no, como debería de ser, en las de todos.
Hay un planeta que gira sobre su propio eje cada 24 horas y que lo hace alrededor del sol cada 365 días desde hace miles de millones de años. En este planeta hay tecnología y recursos para que todos sus habitantes lleven una vida digna. Hay recursos y hay autoridad filosófica suficiente (la carta de los derechos humanos) para que ese deseo pudiera convertirse en realidad. Y hay montones de “seres humanos elevados” que nos gustaría vivir en ese mundo y que por tanto mostramos la miseria del mismo con el fin de que los que no se dan cuente reaccionen.
Lamentablemente, el gobierno planetario, lejos de ir por ese camino va por el contrario: la avaricia de todos esos hombres y mujeres y sus actividades, que no están sujetos a un control realmente democrático, están convirtiendo a este planeta en un lugar mucho peor donde vivir del que debería ser. Es natural: la historia parece demostrarnos que el poder y el dinero siempre han corrompido al hombre. El poder está enfermo porque está cegado de ego. Y lo quiere todo para él y nada para los demás. Y es por ello que en sus discursos nunca es prioritario la protección del planeta, ni el bien común, ni un posible decrecimiento que pueda frenar un posible –parece ya – cambio climático, ni el fin de los conflictos bélicos, ni del hambre, ni de la explotación… Por el contrario sus discursos siempre están llenos de “competitividad”, es decir, de “ferocidad”. Esos seres humanos del discurso de la “competitividad y la austeridad” no son seres humanos elevados. Son niños egoístas (con apariencia de adultos) que quieren los máximos caramelos para ellos y los menos posibles para los demás. Y esa avaricia de esos niños malcriados es la responsable de las enormes desigualdades y creciente crispación del planeta.
Y ese es el gobierno del neoliberalismo. Y por esto los Estados democráticos le molestan. Es natural: el Estado (es decir, la regulación de todos nosotros sobre las actividades de todos nosotros) es un palo en la rueda de la expansión de los más avariciosos, que ven “como tienen que dar explicaciones en la plaza” Sin un Estado fuerte, ya no habrá control “del hombre sobre el hombre” y el mundo acabará convirtiéndose en una especie de “mundo feudal”. El neoliberalismo, ese sistema que te induce a desconfiar de tu vecino, es un sistema que destruye lo mejor del ser humano: la compasión y la solidaridad. Y potencia lo peor: la indiferencia y la envidia. Esa es su filosofía… esa es la muestra de su pobreza espiritual.
Y es por todo esto que es el pueblo, es el hombre, el que debe acusar al neoliberalismo, y no al revés.