sábado, 14 de enero de 2012

Emergencia y decadencia de las clases medias

JOSEP BORRELL
Empieza un nuevo año con un nuevo Gobierno en España, el partido socialista a la búsqueda de un nuevo liderazgo y con el proceso de integración europea debilitado por la crisis.
El futuro es más incierto hoy que cuando la quiebra de Lehman Brothers. Las políticas empleadas para afrontar la crisis han agravado el problema creando una recesión europea que puede afectar a la economía mundial.
Ciertamente, el año que se fue habrá sido un año de rupturas con el pasado y lleno de acontecimientos que marcarán el futuro. Merece la pena pasarlos en revista panorámica.
El ciclo histórico que se abrió con los atentados del 11 de septiembre del 2001 se ha cerrado 10 años después con la muerte de Bin Laden y las revoluciones del mundo árabe-mediterráneo. La catástrofe de Fukushima ha detenido el relanzamiento esperado de la energía nuclear y debilitado el modelo industrial japonés. El reciente informe sobre el coste de garantizar la seguridad en las centrales nucleares francesas ha puesto más de manifiesto los problemas de esta fuente de energía a la que Alemania ya ha renunciado. En China y en muchos otros países emergentes, como Indonesia, los movimientos sociales reclaman un reparto de los frutos del crecimiento más favorable a los trabajadores y mayores derechos políticos. Hasta en Rusia la sociedad civil emergente no se satisface ya de prosperidad material y cuestiona el sistema autocrático de Putin.
El movimiento de los “indignados”, nacido en España se ha extendido por Europa, Israel y EE.UU. donde los jóvenes que ocupan Wall Street aparecen como la antítesis del Tea Party. En los países desarrollados el incremento del paro y la caída de las rentas y de los patrimonios alimentan el temor al futuro y un sentimiento de“desclasamiento” y de pérdida de referencias sociológicas, que está tanto en la raíz de los que ocupan Wall Street como los radical-conservadores del partido republicano.
En el mundo árabe musulmán, la revuelta de la juventud que reclama dignidad y trabajo frente a sus dictadores corruptos, no se ha traducido en una dinámica política que conduzca a sistemas democráticos –laicos a la occidental. Los resultados de las elecciones tunecinas y egipcias, y las grandes incógnitas que pesan sobre Libia, muestran que tras la primavera de la libertad pueden caer en el otoño del fundamentalismo religioso.
Todos esos movimientos sociales, desde Madrid a Nueva York, pasando por Pekín, Moscú y El Cairo, tienen pocos puntos en común. Nada parecido al hundimiento del imperio soviético en el otoño europeo de 1989 cuando los nuevos paradigmas unánimemente aceptados de democracia y economía de mercado hicieron vaticinar, erróneamente, el fin de la Historia.
Si acaso, el común denominador de lo que está ocurriendo en el mundo sería la emergencia de una clase media en los países en desarrollo y la decadencia de la clase media en los países desarrollados. La nueva clase media joven, educada, abierta al mundo, conectada a Internet, con un nivel de renta que le libera de la necesitad y la sumisión, no soporta los regímenes autoritarios y corruptos. El llamado consenso de Pekín proclamaba la superioridad de la combinación de una economía de mercado dura y desregulada y un sistema político autoritario, igualmente duro, como la mejor fórmula para el desarrollo. Pero ha caído víctima de su propio éxito y de la fuerza de las redes sociales como factor de emancipación e instrumento de comunicación social. Las nuevas clases medias del mundo emergente han encontrado en las tecnologías de la comunicación una capacidad de socialización de la política mucho mayor que la que les queda a los partidos políticos tradicionales en nuestras viejas democracias, herederos de la sociedad semianalfabeta y del papel impreso.
Pero esas nuevas fuerzas sociales que rechazan la combinación de dictadura política, estabilidad social y desarrollo económico, no se sienten muy atraídos por el modelo político Occidental. Lo ven como viejo, endeudado, en recesión económica y en pérdida de competitividad y capacidad de innovación. Más allá de las aulas que frecuento en el Instituto de Florencia, basta darse una vuelta por el sudeste asiático para constatar con cuanta sorpresa, por no decir conmiseración, contemplan la absurda pretensión de Sarkozy y sus colegas del Consejo Europeo de que nos saquen las castañas del fuego, comprando con sus ahorros duramente ganados la Deuda pública europea de la que los europeos no nos fiamos.
Nuestro mundo occidental, incluyendo Japón, es el heredero de la revolución industrial y del Estado del bienestar forjado en la posguerra, cuando todavía dominábamos el mundo militar y tecnológicamente. Pero ahora las viejas clases medias de occidente que forjaron el compromiso cristiano demócrata-socialdemócrata de la posguerra, están desestabilizadas por la crisis y tentadas por el aislamiento y el populismo .Por eso se cuestionan en Europa los resultados de 60 años de integración comunitaria y su inevitable consecuencia de apertura y pérdida de soberanía. Y en EE.UU. se vive una fractura social, una voluntad de repliegue después de 10 años de guerras imperiales y un cuestionamiento de las instituciones que no tiene precedentes desde la guerra de Secesión. El consenso progresista que forjó Obama para llegar a la presidencia se debilita y sólo puede salvar su reelección la torpeza y el radicalismo de los republicanos.
Así el mundo que se está forjando en la crisis contempla la emergencia de nuevas clases medias en el mundo emergente y la decadencia de esas mismas clases medias en el mundo emergido. No estamos en el camino de la creación de una clase media a escala planetaria que estabilice la mundialización. Más bien al contrario.
Si como resultado de esa dinámica divergente se impone la lógica del miedo en el Norte frente al deseo de revancha en el Sur, si las tentaciones proteccionistas, la reafirmación nacionalista, la xenofobia y el fundamentalismo religioso se convierten en los factores dominantes del mundo que viene, el proceso de mundialización se detendrá de forma más o menos traumática. Y allá por el 2014, el mundo resultante se puede parecer al de 1914 .Y ya se sabe lo que vino después.
Pero nada está perdido, los países del Sur podrían recorrer el camino de la Europa de la posguerra creando sistemas de reparto de la riqueza y los del Norte pueden salvaguardar sus sistemas políticos de las tentaciones populistas y de las soluciones tecnocráticas. la Historia está por escribir y está lejos de su fin.
Publicado en Republica